sábado, 26 de septiembre de 2009

Chacalón Vive en el Corazón del Pueblo y se Fermenta en el Alma de los Jóvenes Excluidos

En la actualidad, las discrepancias y controversias sobre el origen de la cumbia peruana están tomando forma y consenso, lo que permite un mejor esclarecimiento y comprensión de este ritmo popular. Los estudiosos de este género coinciden en señalar que su probable origen se remonta a los años 60 del siglo XX. Las bandas que interpretaban huaynos, como “Los Demonios del Mantaro” y “Los Demonios de Corocochay”, fueron las primeras en interpretar el tema histórico llamado “La Chichera”. Esta canción fusionó la cumbia colombiana con el huayno andino, matizada tímidamente con el mambo caribeño, y representó la esencia de su aporte musical.

Por consiguiente, es incuestionable declararla como la madre de todas las variantes de la cumbia peruana (cumbia costeña, cumbia norteña, cumbia sureña, cumbia amazónica, tecno cumbia, chicha, entre otras). Es una fuente inagotable de inspiración, enraizada en el alma de miles de peruanos y difundida en casi todos los países de Latinoamérica. En un primer momento, fue rechazada, despreciada, marginada, satanizada y excluida por las “clases altas” de nuestra sociedad, debido a su origen popular y provinciano; pero, más tarde, se convirtió en un ritmo de masas con trascendencia nacional.

A fines de los años 60, este novedoso ritmo sufrió importantes modificaciones en su estructura rítmica y sonora, así como en su composición y esquema organizativo. Ya no eran las bandas orquestadas de huayno quienes interpretaban estos temas, sino grupos con estilo rockero y nuevaolero que se atrevieron a incursionar en este nuevo género musical. Así, la guitarra eléctrica se convirtió en el motor que marcó el compás de este floreciente ritmo. Esta versión musical fascinó principalmente a los jóvenes de los sectores urbanos marginales de Lima y otras ciudades del país. Entre sus máximos exponentes destacan “Los Destellos” de Enrique Delgado Montes, “Juaneco y su Combo”, “Manzanita y su Conjunto”, “Los Diablos Rojos” y “Los Mirlos”.

El ingenioso músico Enrique Delgado Montes jugó un papel protagónico en la transformación de este nuevo género tropical. Se impuso con un sonido muy peculiar en la guitarra principal, inspirando y creando cientos de composiciones muy bien interpretadas gracias a su inagotable talento y producción musical. Asimismo, incorporó otros ritmos como la cumbia colombiana, el rock, el huayno, el folklore, la guaracha y el vals, posicionando este nuevo ritmo emergente en el mercado nacional. Por ello, con justa razón, denominó a este fenómeno “cumbia peruana”, marcando distancia con otros músicos de su época que generaban variantes más andinas del género tropical suburbano, que más tarde fueron despectivamente llamadas “chicha”.

La “chicha”, como nueva variante de la cumbia peruana, contó con sus propios intérpretes y músicos que se asentaron y forjaron en los nuevos escenarios conocidos como pueblos jóvenes o zonas urbano marginales —antiguamente llamadas barriadas. En estos cinturones de pobreza, hacia 1974, iniciaron su despegue y promoción agrupaciones como “Grupo Celeste”, “Grupo Guinda”, “Los Ecos” y “Los Ilusionistas”. Este último fue la cuna musical de Lorenzo Palacios Quispe, quien en 1975 formó su propio grupo: “Chacalon y la Nueva Crema”.

Como no podía ser de otra manera, este fenómeno musical nació en nuestro país como expresión y producto del proceso migratorio y del desarrollo social suburbano, ligado al crecimiento explosivo de la ciudad de Lima. Estos nuevos espacios territoriales, ocupados violentamente, sirvieron como hábitat para la sobrevivencia de miles de peruanos pobres, principalmente de procedencia andina, y fueron cuna de una rica y variada manifestación sociocultural.

Para tener una idea del desplazamiento social casi forzado, basta revisar algunos datos demográficos de Lima: en 1940 la población era de 661,508 habitantes, y para 1972 se multiplicó a 3’418,545 habitantes, con una tasa de crecimiento anual del 5.5%. Debido a este acelerado crecimiento, en 1920 se creó el distrito de La Victoria, y progresivamente comenzó la ocupación masiva de los cerros colindantes al ex fundo El Agustino; para 1960, se creó otro distrito con ese mismo nombre. Así se fueron conformando las primeras barriadas limeñas, con una población principalmente migrante y grandes necesidades básicas de primer orden, como agua potable, desagüe, luz eléctrica, servicios de salud y educación.

Es así que, en estas condiciones materiales de subsistencia y en la incesante búsqueda de oportunidades de empleo y mejora en su calidad de vida, los migrantes inician un proceso dinámico de interculturación para transformar su nuevo hábitat y superar el hambre y la miseria. Frente a este violento desarraigo y éxodo de miles de personas, necesariamente tuvieron que modificar sus sistemas y estilos de vida campesinos para dar paso a uno suburbano. Es en este constante choque de contradicciones e intercambios culturales donde germina una nueva cultura de sobrevivencia, llamada suburbana.

En este submundo de exclusiones tan complejas y contradictorias surge una variada mixtura de expresiones artísticas y culturales, en su permanente búsqueda de una identidad local. Esta diversidad cultural interactiva está asociada a nuevos problemas sociales, pero, a pesar de estas contradicciones, se fortaleció permanentemente gracias a la solidaridad de su gente y a la fuerza espiritual pujante y progresista de sus pobladores. Estas condiciones subjetivas sirvieron como instrumentos de transformación y cambio, convirtiendo estos espacios invadidos en prósperos distritos emergentes, llamados en un primer momento, de manera despectiva, “conos”.

Dentro de esta realidad sociocultural nace la otra versión de la cumbia peruana: la “chicha”. Este fenómeno se origina como ritmo de masas excluidas que se enseñorea fusionando vivencias y sentimientos andinos con un sinfín de nuevas experiencias y emociones suburbanas. Esta nueva variante musical se convierte principalmente en refugio de soledades, sufrimientos, triunfos y victorias. En otros casos, es expresión melancólica de frustraciones colectivas y vidas marginales; una manera muy particular de entender el mundo desde la perspectiva del “faite”, del “achorado” y del nuevo lumpen social. Así nace “Chacalon y la Nueva Crema”, inmortalizado en los “cerros”, porque a él le toca encarnar el alma de los desposeídos y marginados de la ciudad. Sus letras y canciones sintetizan las penas y sufrimientos de los excluidos; sus melodías se convierten en himnos de la miseria y la pobreza, válvulas de escape de mil tormentos. Entre sus principales temas se pueden citar “Cruz Marcada”, “Mi Dolor”, “Soy Provinciano”, entre otros, todos enmarcados dentro de la misma temática social.

La vigencia del legendario “Papá Chacalón” se sostuvo por más de 20 años consecutivos. El modo de vida de los pobres de la ciudad y de l@s jóvenes excluidos fue su principal fuente de inspiración. Sus penas y sufrimientos se convirtieron en canción a través de su voz, la voz de una Lima provinciana tantas veces negada y despreciada por las “clases altas” y los medios de comunicación social. Hoy intentan darle reconocimiento con un epitafio en su tumba, una parodia comercial en este nuevo Perú emergente.

En el lado norte de la ciudad de Lima, paralelamente, en las pedregosas “pampas de Comas” se iba forjando un nuevo pueblo, también por migrantes invasores provenientes de distintas regiones del Perú. Así nace, por los años 60, el populoso distrito de Comas. Para no quedar fuera de esta corriente de ocupación territorial, este distrito necesariamente tuvo que integrarse en este proceso espontáneo de desarrollo social y ser parte de la cultura suburbana en crecimiento. Más tarde, gracias al esfuerzo colectivo de su gente, junto con Villa El Salvador, se convertiría en paradigma de desarrollo social, progreso y modernidad en Lima, a pesar de sus grandes problemas.

En el año 2000, el programa “Mi jato” aplicó una encuesta a 90 adolescentes y jóvenes integrantes de “pandillas”. Una de las preguntas fue: ¿Quién es tu artista preferido en el género musical? De todas las respuestas, un 38.7 % consideró a “Chacalón” como su artista favorito. Esta respuesta nos pareció básica, porque estos jóvenes nunca vieron a “Chacalón” en vida; pero lo más curioso es que muchos se identificaban con su música, sus letras y sus canciones. Por lo tanto, concluimos que este personaje legendario, a pesar de estar muerto, seguía vivo y presente en el corazón del pueblo, fermentándose en el alma de las nuevas generaciones excluidas de nuestra ciudad. Una transmisión cultural suburbana incólume en nuestro medio.

Después de 10 años de aplicada esa encuesta, volvimos a realizar un Focus Group con 10 adolescentes (septiembre 2009). El objetivo fue revalidar la vigencia de la “chicha” entre los jóvenes de Comas. La pregunta fue la misma: ¿Quién es tu artista preferido en el género musical? Y agregamos otra: ¿Qué sientes al escuchar a este artista? El 70 % respondió “Toño y su Grupo Centella”, el 50 % mencionó el reguetón y el 20 % prefirió “Grupo 5” y otros. Toño es un cantante de “chicha” con marcada influencia “chacalonera”. Este artista afiebra a miles de adolescentes y jóvenes, principalmente de sectores sumergidos en extrema pobreza y los más excluidos y marginados de Lima Norte. Hoy en día, no hay moto taxi, “combi” ni rincón de los barrios donde no se escuche su música. Además, las pandillas lo tienen como emblema musical y en sus aniversarios lo celebran con su grupo sonoro; sus canciones, melodías y sentimientos se comparten en el llano. Muchos adolescentes, durante sus presentaciones, cantan, lloran, beben, se pelean, se cortan las venas y se agreden para liberar tensiones, rivalidades y frustraciones colectivas.

En referencia a la segunda pregunta, respondieron: “Con la música de Toño y Centella sentimos que desfogamos nuestras penas y sufrimientos; las letras de sus canciones hablan del pueblo y nos hacen llorar.” – “¡Nos llega al ‘bobo’! ¡Toño es un cantante de la Con…Su Ma…!”, sentenciaron. Estas fueron sus principales respuestas.

Indudablemente, todo este cúmulo de vivencias dispersas entre adolescentes y jóvenes está acompañado de licor y violencia. Entonces, nos preguntamos: ¿Estamos frente a un nuevo fenómeno musical o a una simple caricatura de la vigencia chacalonera? Lo que sí podemos apreciar es que la “chicha” sigue enraizada y presente en distintas zonas de Lima y Callao. Por ejemplo: en Lima Norte, “Toño y su Grupo Centella” encarnan al faraón de la cumbia peruana; en Lima Oeste, “Los Amantes de la Cumbia” y “La Ley de la Cumbia” cumplen ese mismo papel; en Lima Sur, “Los Nenes de la Cumbia” perennizan ese ritmo musical; en la Carretera Central, “Sombra Azul” y “Pascualillo” transmiten esos mismos sentimientos; y en el Callao, el “Grupo Mantaro” se esfuerza por posicionarse en este género suburbano. En conclusión, son los nuevos chacalones en sus respectivas zonas; quizá no con la misma contundencia y aceptación que “Papá Chacalón”, pero sí inyectan vigencia a esta variante de la cumbia peruana, mientras la historia lo permita y los adolescentes y jóvenes excluidos sigan identificándose con este género musical.

Alfredo Chávez Olivera

Fuentes electrónicas discográficas:

1. La Chichera, “Los Demonios del Mantaro” , Carlos Baquerizo Castro, 1960
http://www.youtube.com/watch?v=zs8k--oSfl4

2. La Chichera, “Los Demonios de Corocochay”, 1966
http://www.youtube.com/watch?v=_fqjcoNEYQI

3. Elsa, “Los Destellos”, Enrique Delgado Montes
http://www.youtube.com/watch?v=4gSIhd2lJkY


4. Arre Caballito, “Manzanita y su Conjunto”, Berardo Hernandez Sabu)
http://www.youtube.com/watch?v=dLhNb3NWNdw

5. Ya se ha Muerto mi Abuelo, “Juaneco y su Combo”
http://www.youtube.com/watch?v=Rtm07DLsMaM

6. Pedacito de mi vida, “Los Diablos Rojos”, Marino Valencia
http://www.youtube.com/watch?v=Ansys_-hYTA

7. La Danza de los Mirlos, “Los Mirlos”, Segundo Rodríguez Grández
http://www.youtube.com/watch?v=_MLPCDyqIWc

8. Viento, “Grupo Celeste”, Victor Casahuamán,
http://www.youtube.com/watch?v=SSMVBvePkM4

9. Barrio Viejo, “Grupo Guinda”, Carlos Morales
http://www.youtube.com/watch?v=qddaGdFSFAs

10. Adiós Amor Adiós, “Los Ecos”, Edilberto Cuestas
http://www.youtube.com/watch?v=ep1-tW41sa0

11. Colegiala, “Los Ilusionistas”, Walter León
http://www.youtube.com/watch?v=y0UzQfb6GOU

12. Mi Dolor, “Chacalón y la Nueva Crema”
http://www.youtube.com/watch?v=G2A3tLh2hRg

13. Donde Estas Amor, “Toño y su Grupo Centella”
http://www.youtube.com/watch?v=aSqYmZ4cy9o

lunes, 14 de septiembre de 2009

DINAMICA DE LAS “BARRAS BRAVAS” EN LOS DISTRITOS DE LIMA NORTE

Por Alfredo Chávez Olivera

Los estudiosos del fenómeno de las llamadas “barras bravas” coinciden en señalar que su origen se remonta a la década de 1960 en Argentina. Fue en este país latinoamericano donde surgieron por primera vez agrupaciones de este tipo, conocidas inicialmente como “barras fuertes”, una denominación derivada del comportamiento exaltado de hinchas y simpatizantes en los estadios de fútbol profesional.

Este fenómeno se ha expandido a casi todos los países de América y Europa, aunque con particularidades propias en cada uno. Dependiendo del lugar de origen, reciben distintas denominaciones como “barras bravas”, “torcida”, “hooligans” o “ultras”. Estas agrupaciones están conformadas principalmente por jóvenes de origen suburbano.

El Perú tampoco es ajeno a este fenómeno mundial. El origen, fortalecimiento, expansión y dinámica de estas agrupaciones violentas tienen como base de sustento y movilización a las principales pandillas de barrio de los distritos urbano-marginales de Lima y de las principales ciudades del país. Su avance vertiginoso se intensificó en la década de 1990, generando un profundo malestar e inseguridad en nuestra sociedad.

En este proceso de expansión y consolidación de las “barras bravas”, resulta cada vez más evidente su arraigo en el país. Por un lado, se fortalecen orgánicamente como organizaciones estructuradas; por otro, incorporan componentes psicológicos que refuerzan su cohesión interna. Ambos factores se complementan y contribuyen a canalizar la exaltación de estas masas amorfas, que promueven la violencia, la destrucción y, en los casos más extremos, la muerte entre los enardecidos hinchas "tribuneros".

En el Perú, existe una serie de estudios sobre el fenómeno de las “barras bravas”. No obstante, más que redundar en lo ya investigado, este análisis busca complementar dichos estudios con un enfoque específico en la interacción dinámica de estas agrupaciones en los distritos de Lima Norte, particularmente en lo que respecta a sus sistemas de organización, su composición social y la dirección de movilización de masas juveniles.

El proceso de fortalecimiento orgánico de las “barras bravas” en Lima Norte se inicia hacia el año 1998, con el desplazamiento masivo de integrantes de pandillas barriales hacia las barras de sus respectivos distritos. Este fenómeno se intensificó notablemente a partir del año 2002, coincidiendo con lo que el programa “Mi Jato” denominó la sustitución de la identidad barrial por la identidad deportiva. En otras palabras, durante este periodo se produjo un cambio en las referencias identitarias: se abandonó la identificación con el barrio, para adoptar una de mayor escala, de carácter distrital o incluso interdistrital.

Esta renovación identitaria se debió, principalmente, a que muchas pandillas tradicionales enfrentaban un proceso de extinción y su permanencia se encontraba en riesgo. Para las nuevas generaciones, ya no resultaba tan atractivo defender territorios barriales; en su lugar, se identificaban con colores y símbolos deportivos de alcance nacional. Como consecuencia, las agrupaciones se vieron obligadas a establecer alianzas con otras pandillas, fortalecer el liderazgo interno para mejorar su capacidad de "batuteo" —es decir, de control y dirección—, y dosificar a sus miembros con componentes psicológicos que fomentaran una fuerte adhesión grupal, así como una mayor agresividad en los enfrentamientos callejeros.

El principal objetivo de este reordenamiento estructural y subjetivo era lograr el control absoluto del territorio, ya sea a nivel zonal, distrital o interdistrital. Paralelamente, esta nueva estrategia, tanto orgánica como ideológica, dio lugar al surgimiento de “barras bravas” más compactas y poderosas. Bajo este renovado modelo de acción colectiva, se iniciaron las denominadas “caminatas” por las principales avenidas —como la Av. Túpac Amaru, la Av. Universitaria y la Panamericana Norte, entre otras—, eventos juveniles que no eran otra cosa que marchas vandálicas, caracterizadas por enfrentamientos entre grupos rivales y el arrasamiento de propiedades a su paso, desde sus distritos de origen hasta los estadios de fútbol (Matute, Monumental “U” y San Martín de Porres). Todo ello culminaba en un inmenso mar de multitudes frenéticas: los conocidos “tribuneros” del Comando Sur, la Trinchera Norte y el Extremo Celeste, entre los principales.

Este fenómeno puede entenderse como una respuesta social de masas amorfas y excluidas, que buscan reconocimiento e inclusión en una sociedad donde las formas tradicionales de integración —la familia, la escuela y el barrio— se encuentran en una profunda crisis o en franco proceso de descomposición.

Una de las evidencias más claras de esta nueva dinámica de organización, desplazamiento y movilización juvenil es la “exportación” de grafitis y símbolos de las “barras bravas” hacia otros territorios. En un primer momento, estas pintas se observaban a nivel interbarrial; posteriormente, se expandieron al ámbito interdistrital. Hoy en día, es común encontrar grafitis de barras de distritos como Comas y Los Olivos en las calles de otros sectores, como el Rímac, Breña, La Victoria o el Cercado de Lima. Esta “exportación de marca barrial” tiene como objetivo hacer sentir su presencia, demostrar audacia y afirmar su supremacía frente a los rivales históricos, dejando una huella territorial que funciona como un mensaje: “hemos estado aquí”.

En Lima Norte existen “barras bravas” con más de 15 años de formación. Entre las más conocidas se encuentran La Calle (AL) y La Bulla (U), que interactúan principalmente en los distritos de San Martín de Porres y Los Olivos; Los Pistacos (AL), con presencia en San Martín de Porres y Comas; Los Hooligans (AL), conformados por jóvenes de Comas y Carabayllo; el BUN (U), con raíces en Comas y Carabayllo; y Cvstodia (U), con dominio en el distrito de Independencia, entre otros grupos.

Sobre la base de esta realidad, se puede deducir que las “barras bravas” en las zonas urbano-marginales están conformadas mayoritariamente por exintegrantes de “pandillas” de barrio, que constituyen sus bases orgánicas fundamentales. Estas agrupaciones, por tanto, se han convertido en instrumentos altamente efectivos de organización juvenil y, al mismo tiempo, en catalizadores de violencia callejera, fenómeno que hoy representa uno de los principales problemas sociales del país.

Cada una de estas “barras bravas” está integrada, al menos, por una veintena de pandillas barriales, distribuidas estratégicamente en los sectores clave de sus respectivos distritos. Su principal objetivo es ganar y dominar territorios en nombre de su causa deportiva, buscando someter completamente a sus rivales históricos. Esta disputa por la supremacía distrital o interdistrital puede llegar incluso a dirimirse mediante enfrentamientos con armas blancas o de fuego, bajo el pretexto de defender sentimientos deportivos, el honor de sus banderolas ("trapos"), camisetas y otros símbolos considerados sagrados por sus integrantes.

Por otro lado, en cuanto a la dosificación de componentes ideológicos y psicológicos en las “barras bravas”, desde hace ya varios años se vienen promoviendo lemas y consignas vinculados al heroísmo vandálico, que son socializados entre los barristas como parte esencial de su identidad colectiva. El culto a los símbolos y colores deportivos adquiere, en muchos casos, mayor relevancia que la propia familia. Valores como la defensa del honor del grupo, el desprecio al rival, la fascinación por el riesgo y el juego con la muerte, así como el culto a la destrucción, se han convertido en nuevos pilares ideológicos. En consecuencia, todo barrista está llamado a asumir —sin cuestionamientos— estos principios y llevarlos a la práctica durante sus “guerreos” callejeros.

Los mensajes y consignas que circulan entre estas agrupaciones son diversos y cargados de intensidad emocional. Van desde cánticos y proclamas que exaltan la violencia, la pasión y el sacrificio, hasta expresiones poéticas sublimadas que refuerzan el sentido de pertenencia. Algunos ejemplos extraídos del ciberespacio incluyen frases como: “¡¡¡Más que un sentimiento… la vida!!!”, “Muchos nos vieron nacer, pero nadie nos verá morir”, “Solo vivo para amarte y moriré por alentarte”, “Contigo a todos lados, desde el cielo hasta el infierno”, “¡¡¡Si el cielo fuera blanquiazul, gustoso contigo me iría al cielo!!!”, y “¡¡Si por amarte me llaman pandillero, me moriré siendo un delincuente!!”.

Actualmente, estas expresiones ideológicas también se difunden a través del entorno digital, especialmente mediante sus páginas web y libros de visitas (guestbooks), que actúan como medios de propaganda. Estos espacios están cuidadosamente diseñados para relatar sus acciones vandálicas, ensalzar sus hazañas épicas, exhibir sus “trofeos de guerra” (como trapos, camisetas, zapatillas, entre otros), y compartir mensajes que, en muchos casos, están saturados de contenido violento, antisocial y delictivo. Todo ello forma parte de una estrategia de búsqueda de notoriedad y de un falso reconocimiento social, negado en una ciudad que se ha convertido para ellos en una auténtica “jungla de cemento”.

Otro elemento que debe ser considerado con atención es la manera en que muchos adolescentes y jóvenes barristas justifican su pertenencia a estas agrupaciones. Frecuentemente, afirman que Alianza Lima, Universitario de Deportes o Sporting Cristal "son su verdadera familia". Es innegable que, al interior de estas barras, se generan vínculos emocionales intensos, donde se mezclan pasiones, lealtades y sentimientos profundos. El "amor" y la "devoción" por los colores de su equipo llegan a ser más fuertes que los lazos familiares. Este nuevo referente social les proporciona símbolos, colores, banderas e ídolos que deben ser defendidos a toda costa, incluso con la propia vida.

Asimismo, los barristas le rinden culto a su equipo a través de himnos, cánticos, alabanzas y mensajes que actúan como mecanismos de exaltación emocional y preparación simbólica para la confrontación o el "guerreo". Para muchos de ellos, este vínculo afectivo se convierte en el eje principal de su existencia, una forma de cuasi fanatismo que encuentra terreno fértil en contextos de crisis y desintegración familiar. Estas carencias son aprovechadas por las barras, que ofrecen una aparente cohesión de ideales y un refugio emocional inmediato, aunque efímero, que ni la familia ni la sociedad han sabido brindar oportunamente.

Lo más preocupante de esta situación es la complicidad de algunos clubes profesionales del alicaído fútbol peruano, ciertos dirigentes sin escrúpulos y la élite que lidera estas “barras bravas”. Muchos de ellos contribuyen al descontrol y al vandalismo promovido por los barristas. Uno de los mecanismos más comunes es la entrega de entradas de cortesía a los cabecillas de las barras, con el objetivo de manipularlos y asegurar su apoyo en función de intereses particulares. Esta estrategia suele emplearse para defender liderazgos cuestionados, prolongar gestiones impopulares o legitimar estructuras de poder al interior de los clubes.

En definitiva, el interés personal y de camarilla se impone sobre la eficiencia, la transparencia y la modernización que el fútbol profesional exige en un contexto de creciente competencia. Romper con esta cultura de mediocridad y con el ciclo de violencia debe ser una prioridad para cualquier dirigente que aspire a sacar adelante al fútbol peruano y devolverle su prestigio.

El programa “Mi Jato”, en su primer registro de agrupaciones juveniles en situación de riesgo y exclusión social, realizado en 1999, detectó una característica sui generis que fue denominada como la triple identidad. Este fenómeno consistía en que un mismo adolescente o joven podía pertenecer simultáneamente a tres espacios grupales distintos: una mancha escolar, una pandilla de barrio y una barra brava (1). Aunque con menor intensidad, esta situación aún se mantiene vigente en algunos miembros activos de estas agrupaciones. Tal particularidad nos llevó a deducir que estábamos frente a una búsqueda confusa de identidad por parte de muchos jóvenes, en un intento por encontrar referentes estables de pertenencia.

A partir de este análisis, se puede inferir que las manchas escolares funcionan, para algunos adolescentes, como el primer espacio de socialización primaria, mientras que las pandillas barriales y las barras bravas representan espacios secundarios de mayor complejidad y estructuración simbólica. En relación a esto, el investigador chileno Andrés Recasens (1999) identificó con claridad tres tipos de actores en los estadios: los espectadores, los hinchas y los barristas. En el caso peruano, la experiencia ha demostrado que las “barras bravas” se movilizan tanto dentro como fuera de los estadios siguiendo patrones de conducta casi fundamentalistas, alimentados por mitos deportivos y la glorificación extrema de los colores del club, expresando una mezcla de fanatismo compulsivo y vandalismo desenfrenado.

En conclusión, frente al crecimiento y consolidación de este fenómeno juvenil, resulta fundamental emprender una serie de acciones articuladas desde distintos frentes. Por un lado, es indispensable fortalecer de manera sólida el rol de la familia como núcleo de protección y desarrollo emocional. Por otro, se deben diseñar e implementar políticas públicas preventivas y sostenidas que respondan a las realidades locales de los jóvenes en situación de vulnerabilidad. Igualmente necesario es modernizar institucionalmente los clubes profesionales de fútbol, promoviendo una cultura de alta competencia y excelencia deportiva, capaz de transformar estas organizaciones en verdaderos motores de éxito y desarrollo.

Adicionalmente, es urgente establecer un plan nacional para la organización y el funcionamiento de las barras bravas, que fomente una cultura de paz y convivencia ciudadana, enmarcado en principios de legalidad, derechos humanos y valores democráticos. Solo así se podrá garantizar un entorno más seguro y armonioso para nuestras ciudades, permitiendo el desarrollo integral de la juventud y el fortalecimiento de la cohesión social en el país.


Bibliografía:

(1) Chávez, Alfredo & Erazo, Walter. Pandillas. Una salida desde sus voces. Fondo Editorial Comas. 110 pp., 2000.

Fuentes electrónicas:

Pesce Aguirre, Jorge. Análisis actancial de las barras bravas en Chile: sus actos y comportamientos en el estadio. Revista Digital, Buenos Aires, Año 12, N° 115, diciembre de 2007.
Disponible en línea. Fecha de consulta: 4 de septiembre de 2009.

Recasens Salvo, Andrés. (1999). Las Barras Bravas. Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Chile.
Disponible en línea. Fecha de consulta: 5 de septiembre de 2009.

sábado, 22 de agosto de 2009

La violencia juvenil en las escuelas: reflejo de una crisis social más profunda.

Por Alfredo Chávez Olivera

En 1999, la revista Chasqui (hoy ComunicAcción) detectó que en un 32.5 % de las instituciones educativas públicas de nivel secundario del distrito de Comas interactuaban, de forma encubierta, integrantes y simpatizantes de pandillas y barras bravas. Esta cifra aumentó al 57 % en 2004 y alcanzó el 80 % en 2008. Esta preocupante realidad se ha replicado también en otras instituciones educativas de Lima Metropolitana y de importantes ciudades del país como Chiclayo, Trujillo, Chimbote, Ayacucho y Huancayo.

Ese mismo año, ComunicAcción registró que más del 80 % de las fachadas de las escuelas del distrito se habían convertido en medios arbitrarios de expresión y propaganda de estas agrupaciones en situación de exclusión social. Hoy es común observar grafitis con los nombres de estas pandillas, símbolos, figuras, y mensajes que marcan territorio, pertenencia e identidad grupal. Un joven miembro de la agrupación “Los Norteños” expresó de forma contundente: “Las paredes son las pizarras de la calle. Por tanto, hay que buscar un lugar estratégico para marcar nuestros símbolos y hacer respetar nuestro territorio.”

Lo más alarmante es que el mobiliario escolar también ha sido transformado en un vehículo de expresión para muchos adolescentes. En pupitres, carpetas, sillas, mesas y paredes de los baños escolares se hallan micrografitis cargados de violencia simbólica, que parecen canalizar emociones reprimidas, violencia intrafamiliar y frustraciones personales. Se trata de una verdadera catarsis colectiva y anónima, una forma desesperada de encontrar su identidad en medio de una existencia marcada por la inestabilidad.

Entre las inscripciones más frecuentes se encuentran:

  • Nombres amenazantes, como: “Sepultura”, “Satánicos”, “Apocalipsis”, “Sicarios”, “Verdugos”, “Pistacos”.

  • Nombres delictivos o burlones, como: “Aventureros”, “Corruptos”, “Fugitivos”, “Foranchos”, “Mercenarios”, “Canallas”.

  • Nombres alienantes, como: “For Five”, “Strongers”, “Streiker”, “Cadillacs”, “Hooligans”, “Mickys”.

  • Nombres amigables o lúdicos, como: “Choches”, “Chéveres”, “Latinos”, “Barrio Fino”, “Batería C”, “Dioses”.

  • Nombres de barrios, como: “El Parral”, “La Merced”, “Villa Clorinda”, “Santa Rosa”, “San Carlos”, “La Ochenta”.

Este universo simbólico, que refleja niveles preocupantes de violencia, sigue creciendo sin que el Estado ni el sistema educativo implementen políticas efectivas para su prevención.

Por otro lado, según estadísticas del Centro de Emergencia Mujer (CEM), en el año 2008 se atendieron 45,144 casos de violencia física, psicológica y sexual a nivel nacional, lo que equivale a 171 casos diarios. Solo el CEM-Comas registró 897 casos ese mismo año (2.4 diarios), representando el 1.9 % del total nacional. Esto evidencia que la violencia está profundamente enraizada en los núcleos familiares del país, fenómeno que se refleja y reproduce también en las escuelas.

Como bien afirma el investigador chileno Eusebio Nájera Martínez (2004):
“La escuela es un espejo y un amplificador de la realidad social de nuestra vida cotidiana.”
Y añade:
“La violencia se va legitimando en las relaciones sociales, estableciendo nuevos modos de enfrentar los conflictos de convivencia a nivel nacional, comunitario, familiar e interpersonal.”
También sostiene que “las organizaciones tribales y las prácticas de pandillaje no son exclusivas de los jóvenes, sino que reflejan las formas en que la sociedad organiza su vida económica y productiva.”

En la misma línea, Corsi y Peyrú (2003) afirman:
“La violencia y la criminalidad son los efectos más visibles de una crianza basada en la carencia, el descuido de los menores y la inseguridad en la transmisión de valores adecuados para una convivencia civilizada.”

Desde esta perspectiva, considero que la violencia juvenil en las escuelas está estrechamente vinculada a las condiciones sociales, familiares y económicas. Es, en definitiva, el reflejo de relaciones familiares deterioradas y de un sistema educativo que ha quedado obsoleto frente a las nuevas realidades.

En base a nuestras intervenciones comunitarias, hemos identificado que el origen de las pandillas en nuestro medio se distribuye de la siguiente manera:

  • 70 % surge por rivalidades entre pandillas de barrio.

  • 20 % se debe a enfrentamientos entre barras bravas.

  • 10 % proviene de rivalidades entre “manchas escolares”, afectando directamente a las principales instituciones educativas.

Estas cifras varían de acuerdo con la coyuntura social, el calendario del fútbol profesional y los ciclos del año escolar.

En estos tiempos de inseguridad y pérdida de valores, la violencia juvenil debe ocupar un lugar prioritario en la agenda nacional. Este fenómeno revela no solo la crisis de la familia peruana y su vulnerabilidad, sino también las deficiencias estructurales de nuestro sistema educativo, caracterizado por enfoques autoritarios, antidemocráticos y excluyentes. Las metodologías de enseñanza actuales están desfasadas, las estructuras curriculares son impuestas y poco contextualizadas, y muchas de las infraestructuras escolares fueron concebidas con lógicas represivas más que pedagógicas.

Frente a esta realidad, comparto plenamente la opinión de Eusebio Nájera cuando señala que “la nueva sociedad del conocimiento requiere de inteligencia social para su reproducción, y que educar ciudadanos del siglo XXI es una tarea impostergable.” Es nuestra responsabilidad construir, desde hoy, una educación democrática y transformadora, base fundamental para el desarrollo del país.

Finalmente, en cuanto a las salidas posibles frente a la violencia escolar, el propio Nájera propone una estrategia basada en prevención y mediación. La primera, fortaleciendo familias responsables y comunidades saludables. La segunda, desarrollando competencias personales e interpersonales para una convivencia democrática. Esta es, sin duda, una tarea colectiva e impostergable que debemos asumir como sociedad si queremos mejorar la calidad de vida y la convivencia en el Perú.


Referencias:

  • Corsi, Jorge y Peyrú, Graciela. Violencias Sociales. Editorial Ariel, Santa Fe, Argentina, 2003.

  • Nájera, Eusebio. Violencia Escolar. Una Lectura Pedagógica. Editorial PIIE, Viña del Mar – Chile, 2004.

  • Chávez Olivera, Alfredo / Erazo Tamayo, Walter. Pandillas. Una Salida desde sus Voces. Fondo Editorial Comas, 2000.

  • Estadísticas del Programa Nacional contra la Violencia Familiar y Sexual – MIMDES / PNP, 2008.

  • Registro estadístico de estudios de campo sobre violencia juvenil en Comas. ComunicAcción para el Desarrollo Local, 1999, 2004 y 2008.

jueves, 6 de agosto de 2009

"PANDILLAS", PATRONES DE CONDUCTA PELIGROSO PARA LOS NIÑOS DEL PERÚ

La influencia de las maras en la niñez y juventud vulnerable del Perú: una amenaza silenciosa

Por Alfredo Chávez Olivera

En este nuevo milenio, la creciente internacionalización de las maras —como la Mara Salvatrucha (MS-13) y la Mara 18— representa una amenaza real. Estas agrupaciones nacieron en los años 80 en Los Ángeles (EE. UU.), fundadas por migrantes salvadoreños, y hoy se encuentran diseminadas por toda Centroamérica, incluyendo México. Su influencia ha traspasado fronteras y viene calando hondamente en los patrones de conducta y estilos de vida de niños, adolescentes y jóvenes en situación de riesgo y exclusión social, especialmente en zonas urbano-marginales de Lima Norte y otras regiones del país.

Desde hace más de una década, en distritos como Comas, ya se observaba la presencia de niños de apenas 11 años integrando pandillas. Hoy, este fenómeno se ha agravado. En los últimos dos años, hemos detectado casos de niños de siete, ocho y nueve años que imitan patrones conductuales propios de las maras centroamericanas: saludos, símbolos, vestimenta y otros códigos. Esta asimilación precoz de conductas asociadas a la criminalidad plantea una urgente preocupación.

¿Por qué estos patrones se adoptan tan fácilmente en niños de sectores socioeconómicos bajos?
El sociólogo Carlos Castillo Ríos, en su obra Los Niños del Perú (1975), identificó claramente la diferenciación de la infancia según las clases sociales: niños burgueses, proletarios y campesinos, cada uno con sus propios estilos de vida, valores y métodos de crianza. No obstante, esta realidad ha cambiado drásticamente con la implementación de la economía de mercado y la globalización, que han agudizado las brechas socioeconómicas.En este nuevo milenio, la creciente internacionalización de las maras —como la Mara Salvatrucha (MS-13) y la Mara 18— representa una amenaza real. Estas agrupaciones nacieron en los años 80 en Los Ángeles (EE. UU.), fundadas por migrantes salvadoreños, y hoy se encuentran diseminadas por toda Centroamérica, incluyendo México. Su influencia ha traspasado fronteras y viene calando hondamente en los patrones de conducta y estilos de vida de niños, adolescentes y jóvenes en situación de riesgo y exclusión social, especialmente en zonas urbano-marginales de Lima Norte y otras regiones del país.

Desde hace más de una década, en distritos como Comas, ya se observaba la presencia de niños de apenas 11 años integrando pandillas. Hoy, este fenómeno se ha agravado. En los últimos dos años, hemos detectado casos de niños de siete, ocho y nueve años que imitan patrones conductuales propios de las maras centroamericanas: saludos, símbolos, vestimenta y otros códigos. Esta asimilación precoz de conductas asociadas a la criminalidad plantea una urgente preocupación.

¿Por qué estos patrones se adoptan tan fácilmente en niños de sectores socioeconómicos bajos?
El sociólogo Carlos Castillo Ríos, en su obra Los Niños del Perú (1975), identificó claramente la diferenciación de la infancia según las clases sociales: niños burgueses, proletarios y campesinos, cada uno con sus propios estilos de vida, valores y métodos de crianza. No obstante, esta realidad ha cambiado drásticamente con la implementación de la economía de mercado y la globalización, que han agudizado las brechas socioeconómicas.

Hoy se aplican metodologías más complejas para evaluar la pobreza y la exclusión. Entre ellas, el enfoque de Necesidades Básicas Insatisfechas (NBI) —recomendado por la CEPAL desde los años 90— ha permitido construir una caracterización más precisa de los hogares, clasificados en los estratos A, B, C, D y E. Esta herramienta permite identificar de forma objetiva las privaciones en sectores excluidos: viviendas precarias, servicios sanitarios deficientes, acceso limitado a la educación y bajos ingresos.

Las poblaciones de los sectores D y E son especialmente vulnerables a la adopción de patrones de conducta negativos. Las condiciones de pobreza extrema, inseguridad y descomposición familiar dificultan la formación de valores y habilidades sociales en los hogares. Muchos padres carecen de herramientas para orientar a sus hijos, quienes entonces recurren a la calle como principal espacio de socialización. Es allí donde imitan y reproducen comportamientos antisociales, en parte porque los referentes positivos son escasos.

Es importante enfatizar que no todos los niños de estos sectores están condenados a un destino negativo. A pesar de las adversidades, muchos desarrollan resiliencia: la capacidad de adaptarse, resistir y superar entornos hostiles. Son jóvenes valientes que, con esfuerzo y apoyo, logran convertirse en personas íntegras y productivas para su comunidad.

Sin embargo, no podemos ignorar que la pobreza y las condiciones infrahumanas son caldo de cultivo para fenómenos como el pandillaje, la delincuencia, la drogadicción y la prostitución. Estos males sociales requieren intervenciones urgentes e integrales. De lo contrario, la influencia de las maras puede consolidarse como modelo de vida para miles de niños peruanos.

Casos como los ocurridos en los barrios marginales de Trujillo, donde pandillas comenzaron a cobrar “peajes” a transportistas y controlar la venta de drogas y prostitución, o los recientes enfrentamientos entre pandillas en el Callao por el control de territorios, son señales de alerta que no podemos ignorar.

A pesar de que las pandillas locales aún pueden considerarse en una etapa incipiente frente a las maras internacionales, la diferencia no debe llevarnos al conformismo. Las maras son organizaciones criminales complejas y altamente estructuradas, con presencia territorial, sistemas de comunicación interna, jerarquías estrictas y control absoluto de zonas urbano-marginales (como ocurre en los guetos de El Salvador).

Además de la MS-13 y la Mara 18, existen otras agrupaciones como los Ñetas y los Latin Kings, surgidas también en EE. UU. Estas organizaciones, ahora presentes en Europa (especialmente en España), han consolidado estructuras más formales, con estatutos, símbolos, códigos y canales de difusión global a través de internet, redes sociales, YouTube, blogs, e incluso, eventualmente, radio o televisión digital.

Frente a esta compleja y peligrosa realidad, ¿qué debemos hacer?
No podemos permanecer indiferentes mientras estas agrupaciones ganan terreno entre los sectores más vulnerables del país. Desde mi perspectiva, propongo las siguientes medidas urgentes:

  1. Implementar políticas públicas integrales de juventud, centradas en la prevención del riesgo social.

  2. Crear un ente estatal especializado que centralice programas, proyectos y acciones dirigidas a adolescentes y jóvenes, para evitar duplicidades y burocracia ineficiente.

  3. Fortalecer el núcleo familiar, en especial en sectores en situación de pobreza y extrema pobreza, promoviendo su estabilidad y funciones formativas.

  4. Ampliar la cobertura y calidad educativa para los sectores D y E, como herramienta esencial para mejorar sus condiciones de vida.

  5. Reducir progresivamente la pobreza, abordando sus dimensiones materiales, físicas y psicológicas que facilitan la reproducción del pandillaje.

  6. Garantizar igualdad de oportunidades en educación, empleo y salud pública para los jóvenes marginados.

  7. Incluir otras acciones que autoridades, sociedad civil y ciudadanía consideren oportunas para prevenir, reorientar y neutralizar los efectos del pandillaje juvenil.

domingo, 19 de julio de 2009

UN JUSTO RECONOCIMIENTO SOCIAL MERECE “JUSTO ARIZAPANA” DE PARTE DEL ESTADO Y EL PUEBLO PERUANO

Justo Arizapana Vicente: El héroe anónimo del caso Cantuta que el Perú ha olvidado
Por Alfredo Chávez Olivera

Hace cuatro meses conocí a Justo Arizapana Vicente en uno de los talleres productivos implementados por la Asociación Española Ahoniken, con el apoyo del programa “Mi Jato”, dirigido a adolescentes y jóvenes en situación de riesgo y exclusión social (pandillas) en el distrito de Comas. Al conocer su historia, me conmoví profundamente, lo cual me motivó a escribir este artículo con el propósito de exhortar al Estado peruano, sensibilizar a las autoridades y dar a conocer a la opinión pública las penurias que enfrenta este personaje olvidado e incomprendido por nuestra sociedad: un héroe anónimo de la democracia y defensor de los derechos humanos en el Perú.

El caso de Justo Arizapana es tan peculiar como inaudito. Su nombre ha sido mencionado brevemente en algunos programas de televisión como Reporte Semanal y La Ventana Indiscreta, así como en medios impresos como Perú 21, El Comercio, y revistas como Caretas, Etiqueta Negra y Línea de Fuego, además de algunos blogs personales. Su participación ha sido fundamental para esclarecer la autoría del hallazgo de las fosas comunes donde se encontraron los restos de nueve estudiantes y un profesor de la Universidad La Cantuta, en 1993. Este descubrimiento reveló los crímenes atroces cometidos por el denominado “Grupo Colina”, una maquinaria de exterminio creada por el Servicio de Inteligencia Nacional bajo la dirección de Vladimiro Montesinos y respaldada por el régimen de Alberto Fujimori.

Quiero dejar en claro que no es mi intención reabrir el debate sobre las causas de la violencia política en el Perú durante los años 80, ni cuestionar si las víctimas del caso Cantuta eran inocentes o no. Estos temas, sin duda, generan pasiones y controversias. Mi objetivo, desde una perspectiva profundamente humana, es llamar a la reflexión sobre la injusta, precaria y olvidada vida de Justo Arizapana.

Durante el conflicto armado interno en el Perú, que dejó más de 69,000 muertos y desaparecidos (según el Informe Final de la Comisión de la Verdad y Reconciliación, 2003), y provocó el desplazamiento de casi un millón de personas, muchos peruanos fueron víctimas del miedo, la represión y la desinformación. En este contexto de horror y silencio impuesto, Justo Arizapana, un reciclador de origen campesino, asumió el papel de testigo silencioso. Arriesgó su vida para alertar a la opinión pública sobre uno de los episodios más atroces del conflicto: las ejecuciones extrajudiciales en La Cantuta.

Paradójicamente, el Informe Final de la Comisión de la Verdad, aunque exhaustivo y profesional, no menciona su valiosa participación. Tras cumplir con su cometido, Arizapana desapareció de la escena pública. Cambió de identidad, se desplazó constantemente y vivió durante más de 16 años en la más absoluta precariedad, hasta que finalmente decidió contar su verdad.

A día de hoy, Arizapana no ha recibido ningún tipo de reconocimiento ni compensación por su valentía. Su vida transcurre en el olvido, la inseguridad, el abandono y la extrema pobreza.

Me pregunto: ¿quién de nosotros hubiera tenido el coraje de denunciar violaciones de derechos humanos y crímenes de Estado en aquellos años oscuros? La población vivía atrapada entre dos fuegos: por un lado, el Estado; por otro, los grupos subversivos. Por ello, la actitud de Justo Arizapana debe ser considerada un acto heroico. Solo alguien con conciencia social, amor por la justicia y un profundo sentido de humanidad se habría atrevido a dar ese paso. Si no hubiera sido él, es muy probable que este crimen hubiera permanecido enterrado en el olvido, como tantos otros que aún claman justicia.

El periodista Roberto Cortijo lo resume con crudeza: “¡Las fosas comunes son una herida abierta en el Perú!”. Y muchas de esas heridas quizá nunca sanarán.

Por todo ello, sostengo la necesidad urgente de que el Estado peruano reconozca formal y moralmente a Justo Arizapana Vicente, a quien le han negado la autoría del hallazgo, le han robado su seguridad y su paz, y cuya salud mental aún padece las secuelas de aquellos años. Ni el Estado, ni las ONG de derechos humanos, ni siquiera los familiares de las víctimas se han acercado a agradecerle.

Por eso, propongo:

1. Garantizar su derecho a la vida, identidad, integridad física, psíquica y moral, así como a su libre desarrollo y bienestar, conforme al artículo 2, inciso 1 de la Constitución Política del Perú y a los tratados internacionales de derechos humanos suscritos por el país.

2. Reconocer oficialmente a Justo Arizapana Vicente como héroe de la democracia y defensor de los derechos humanos, por sus servicios prestados a la nación.

Este reconocimiento no solo es justo y necesario, sino que revela una gran deuda ética del Estado. En el Perú aún no existe un marco legal que reconozca la autoría en el descubrimiento de crímenes de lesa humanidad. No está tipificado ni regulado, y probablemente sea un tema complejo y polémico, pero es urgente avanzar en esta dirección. Así se evitará que casos como el de Arizapana y otros héroes invisibles continúen marginados mientras otros se benefician de su coraje.

Finalmente, en esta era de modernización y tecnología, el Perú debe estar a la altura de los nuevos desafíos. No basta con proteger las invenciones y patentes económicas; también debemos proteger las autorías vinculadas a la defensa de los derechos humanos. La transformación digital y la expansión del conocimiento exigen una renovación de nuestras normas para proteger a quienes revelan verdades ocultas. Solo así podremos luchar eficazmente contra la informalidad, la piratería y el despojo de autorías en todos los ámbitos de la vida.

miércoles, 8 de julio de 2009

"ABENCIAMANIA" Y EXCLUSIÓN SOCIAL EN LA ERA DEL CONOCIMIENTO


Por Alfredo Chávez Olivera

En estos últimos días de julio, el país entero ha quedado paralizado ante el asesinato de la cantante folklórica Alicia Delgado. La magnitud de la cobertura mediática nacional solo puede compararse con el homicidio del empresario Luis Banchero Rossi, ocurrido en los años 70, o con el suicidio de la animadora Mónica Santa María, del recordado programa de televisión Nubeluz, en los años 90.

Este trágico suceso constituye un caso sui géneris para la prensa nacional y para la opinión pública peruana. Requiere, por tanto, un análisis exhaustivo que permita una mejor comprensión del fenómeno social y mediático que hoy nos mantiene absortos, pasmados y, en muchos casos, distraídos. Es un acontecimiento teñido de sangre, morbo y una suerte de placer masoquista colectivo, bautizado mediáticamente como la “Abenciamanía”.

Este caso es especialmente rico y complejo para su estudio desde diversas disciplinas: la antropología, la sociología, la psicología y el derecho, entre otras. Por mi parte, iniciaré un análisis preliminar basado en algunas percepciones y experiencias personales, con un enfoque centrado principalmente en la psicología social.

Desde sus orígenes, el papel de los medios masivos en el Perú —radio, televisión, prensa escrita y hasta el teatro— se limitaba a retratar las costumbres y estilos de vida de los sectores altos de la sociedad. Hasta los años 70, los contenidos relacionados con protestas populares, páginas policiales o el fútbol estaban asociados a los sectores pobres y excluidos, quienes eran sistemáticamente representados como “los malos de la película”. Así, en el cine y la televisión, los personajes secundarios o domésticos solían estar reservados para los “cholos”, mestizos y afrodescendientes. Paradójico, considerando que estos grupos constituyen, respectivamente, el 45 % y el 37 % de nuestra población: mayorías nacionales en un país plurinacional y multicultural.

Hoy esa realidad ha cambiado profundamente. Los sectores emergentes —capas medias-bajas, provincianos y migrantes— han tomado protagonismo. Sus estilos de vida, costumbres, tradiciones, éxitos empresariales, gastronomía y música se han puesto de moda. Las primeras planas, incluida la prensa digital, ahora dirigen su atención a estos nuevos protagonistas. Sin embargo, sus logros y fracasos son frecuentemente explotados por los grandes medios de comunicación no por un auténtico compromiso con la igualdad de oportunidades, sino porque la cultura de los sectores históricamente excluidos ha sido convertida en mercancía, en productos para el mercado. Cosificados, se ofrecen al mejor postor, sin importar el costo humano. El morbo, la sangre y el escándalo han desplazado a valores fundamentales como el respeto, la solidaridad, la compasión y el amor al prójimo. Así, la lógica del libre mercado ha invadido incluso el alma de nuestra cultura.

Nuestra burguesía y aristocracia nacional han vivido históricamente de espaldas al país real. Solo despertaron, brevemente, cuando miles de personas acompañaron entre lágrimas y cantos el féretro de Flor Pucarina en los años 70. Años después, en los 90, ocurrió otro impacto social con la muerte de Lorenzo Palacios Quispe, “Chacalón”, ícono de los sectores populares. Y más recientemente, el trágico accidente del grupo Néctar consolidó la cumbia peruana como el ritmo de masas emergentes. Estos momentos han simbolizado el ascenso de una nueva identidad popular, largamente marginada desde la colonia hasta la república, hoy en proceso de revaloración y recuperación.

A la par, la deshumanización contemporánea se ha acentuado. Las escasas oportunidades y la competencia desleal empujan a muchos a la exclusión, a la marginalidad y a una vida marcada por la alienación social, el arribismo y la psicopatía, consecuencias inevitables del modelo civilizatorio actual que llamamos globalización.

Para vivir con dignidad y tener éxito en este sistema, los individuos deben realizar esfuerzos descomunales, asumir conductas muchas veces inhumanas y perder el sentido de la solidaridad. Estas son las reglas del juego de la modernidad: un sinuoso camino de sacrificios, donde solo unos pocos coronan sus aspiraciones personales, a costa del resto. En este universo competitivo y unipolar, hasta tu propia sangre puede convertirse en tu enemigo. La “ley del más fuerte”, la astucia y la estrategia maquiavélica se imponen como forma de supervivencia.

No entraré a discutir si Alicia Delgado y la presunta autora intelectual de su asesinato, Abencia Meza, fueron o no buenas intérpretes de la música vernacular. Si su aporte fue genuino o solo se beneficiaron del arte popular, hoy en auge. Pero lo que sí puedo afirmar con seguridad es que ambas se convirtieron en símbolos de los peruanos marginados, en espejos de sus vidas, triunfos y fracasos. Para muchos, representaron una válvula de escape frente a una dolorosa realidad social. Hoy, lamentablemente, son manipuladas tanto por los medios como por el propio Estado.

¡Descansa en paz, Alicia Delgado! Tal vez algún día, quienes hoy lloran tu partida encontrarán caminos más justos para revalorar nuestro folklore frente al avance depredador de la globalización. Quizás, entonces, promuevan de forma responsable la práctica activa de la música del pueblo, enmarcada en políticas culturales locales y regionales, respetando nuestra identidad y diversidad. También, respetando tu opción sexual, que ingenuamente decidiste ocultar.

¡Descansa en paz, para gozo y gloria de los miles de excluidos!