
Por Alfredo Chávez Olivera
Los estudiosos del fenómeno de las llamadas “barras bravas” coinciden en señalar que su origen se remonta a la década de 1960 en Argentina. Fue en este país latinoamericano donde surgieron por primera vez agrupaciones de este tipo, conocidas inicialmente como “barras fuertes”, una denominación derivada del comportamiento exaltado de hinchas y simpatizantes en los estadios de fútbol profesional.
Este fenómeno se ha expandido a casi todos los países de América y Europa, aunque con particularidades propias en cada uno. Dependiendo del lugar de origen, reciben distintas denominaciones como “barras bravas”, “torcida”, “hooligans” o “ultras”. Estas agrupaciones están conformadas principalmente por jóvenes de origen suburbano.
El Perú tampoco es ajeno a este fenómeno mundial. El origen, fortalecimiento, expansión y dinámica de estas agrupaciones violentas tienen como base de sustento y movilización a las principales pandillas de barrio de los distritos urbano-marginales de Lima y de las principales ciudades del país. Su avance vertiginoso se intensificó en la década de 1990, generando un profundo malestar e inseguridad en nuestra sociedad.
En este proceso de expansión y consolidación de las “barras bravas”, resulta cada vez más evidente su arraigo en el país. Por un lado, se fortalecen orgánicamente como organizaciones estructuradas; por otro, incorporan componentes psicológicos que refuerzan su cohesión interna. Ambos factores se complementan y contribuyen a canalizar la exaltación de estas masas amorfas, que promueven la violencia, la destrucción y, en los casos más extremos, la muerte entre los enardecidos hinchas "tribuneros".
En el Perú, existe una serie de estudios sobre el fenómeno de las “barras bravas”. No obstante, más que redundar en lo ya investigado, este análisis busca complementar dichos estudios con un enfoque específico en la interacción dinámica de estas agrupaciones en los distritos de Lima Norte, particularmente en lo que respecta a sus sistemas de organización, su composición social y la dirección de movilización de masas juveniles.
El proceso de fortalecimiento orgánico de las “barras bravas” en Lima Norte se inicia hacia el año 1998, con el desplazamiento masivo de integrantes de pandillas barriales hacia las barras de sus respectivos distritos. Este fenómeno se intensificó notablemente a partir del año 2002, coincidiendo con lo que el programa “Mi Jato” denominó la sustitución de la identidad barrial por la identidad deportiva. En otras palabras, durante este periodo se produjo un cambio en las referencias identitarias: se abandonó la identificación con el barrio, para adoptar una de mayor escala, de carácter distrital o incluso interdistrital.
Esta renovación identitaria se debió, principalmente, a que muchas pandillas tradicionales enfrentaban un proceso de extinción y su permanencia se encontraba en riesgo. Para las nuevas generaciones, ya no resultaba tan atractivo defender territorios barriales; en su lugar, se identificaban con colores y símbolos deportivos de alcance nacional. Como consecuencia, las agrupaciones se vieron obligadas a establecer alianzas con otras pandillas, fortalecer el liderazgo interno para mejorar su capacidad de "batuteo" —es decir, de control y dirección—, y dosificar a sus miembros con componentes psicológicos que fomentaran una fuerte adhesión grupal, así como una mayor agresividad en los enfrentamientos callejeros.
El principal objetivo de este reordenamiento estructural y subjetivo era lograr el control absoluto del territorio, ya sea a nivel zonal, distrital o interdistrital. Paralelamente, esta nueva estrategia, tanto orgánica como ideológica, dio lugar al surgimiento de “barras bravas” más compactas y poderosas. Bajo este renovado modelo de acción colectiva, se iniciaron las denominadas “caminatas” por las principales avenidas —como la Av. Túpac Amaru, la Av. Universitaria y la Panamericana Norte, entre otras—, eventos juveniles que no eran otra cosa que marchas vandálicas, caracterizadas por enfrentamientos entre grupos rivales y el arrasamiento de propiedades a su paso, desde sus distritos de origen hasta los estadios de fútbol (Matute, Monumental “U” y San Martín de Porres). Todo ello culminaba en un inmenso mar de multitudes frenéticas: los conocidos “tribuneros” del Comando Sur, la Trinchera Norte y el Extremo Celeste, entre los principales.
Este fenómeno puede entenderse como una respuesta social de masas amorfas y excluidas, que buscan reconocimiento e inclusión en una sociedad donde las formas tradicionales de integración —la familia, la escuela y el barrio— se encuentran en una profunda crisis o en franco proceso de descomposición.
Una de las evidencias más claras de esta nueva dinámica de organización, desplazamiento y movilización juvenil es la “exportación” de grafitis y símbolos de las “barras bravas” hacia otros territorios. En un primer momento, estas pintas se observaban a nivel interbarrial; posteriormente, se expandieron al ámbito interdistrital. Hoy en día, es común encontrar grafitis de barras de distritos como Comas y Los Olivos en las calles de otros sectores, como el Rímac, Breña, La Victoria o el Cercado de Lima. Esta “exportación de marca barrial” tiene como objetivo hacer sentir su presencia, demostrar audacia y afirmar su supremacía frente a los rivales históricos, dejando una huella territorial que funciona como un mensaje: “hemos estado aquí”.
En Lima Norte existen “barras bravas” con más de 15 años de formación. Entre las más conocidas se encuentran La Calle (AL) y La Bulla (U), que interactúan principalmente en los distritos de San Martín de Porres y Los Olivos; Los Pistacos (AL), con presencia en San Martín de Porres y Comas; Los Hooligans (AL), conformados por jóvenes de Comas y Carabayllo; el BUN (U), con raíces en Comas y Carabayllo; y Cvstodia (U), con dominio en el distrito de Independencia, entre otros grupos.
Sobre la base de esta realidad, se puede deducir que las “barras bravas” en las zonas urbano-marginales están conformadas mayoritariamente por exintegrantes de “pandillas” de barrio, que constituyen sus bases orgánicas fundamentales. Estas agrupaciones, por tanto, se han convertido en instrumentos altamente efectivos de organización juvenil y, al mismo tiempo, en catalizadores de violencia callejera, fenómeno que hoy representa uno de los principales problemas sociales del país.
Cada una de estas “barras bravas” está integrada, al menos, por una veintena de pandillas barriales, distribuidas estratégicamente en los sectores clave de sus respectivos distritos. Su principal objetivo es ganar y dominar territorios en nombre de su causa deportiva, buscando someter completamente a sus rivales históricos. Esta disputa por la supremacía distrital o interdistrital puede llegar incluso a dirimirse mediante enfrentamientos con armas blancas o de fuego, bajo el pretexto de defender sentimientos deportivos, el honor de sus banderolas ("trapos"), camisetas y otros símbolos considerados sagrados por sus integrantes.
Por otro lado, en cuanto a la dosificación de componentes ideológicos y psicológicos en las “barras bravas”, desde hace ya varios años se vienen promoviendo lemas y consignas vinculados al heroísmo vandálico, que son socializados entre los barristas como parte esencial de su identidad colectiva. El culto a los símbolos y colores deportivos adquiere, en muchos casos, mayor relevancia que la propia familia. Valores como la defensa del honor del grupo, el desprecio al rival, la fascinación por el riesgo y el juego con la muerte, así como el culto a la destrucción, se han convertido en nuevos pilares ideológicos. En consecuencia, todo barrista está llamado a asumir —sin cuestionamientos— estos principios y llevarlos a la práctica durante sus “guerreos” callejeros.
Los mensajes y consignas que circulan entre estas agrupaciones son diversos y cargados de intensidad emocional. Van desde cánticos y proclamas que exaltan la violencia, la pasión y el sacrificio, hasta expresiones poéticas sublimadas que refuerzan el sentido de pertenencia. Algunos ejemplos extraídos del ciberespacio incluyen frases como: “¡¡¡Más que un sentimiento… la vida!!!”, “Muchos nos vieron nacer, pero nadie nos verá morir”, “Solo vivo para amarte y moriré por alentarte”, “Contigo a todos lados, desde el cielo hasta el infierno”, “¡¡¡Si el cielo fuera blanquiazul, gustoso contigo me iría al cielo!!!”, y “¡¡Si por amarte me llaman pandillero, me moriré siendo un delincuente!!”.
Actualmente, estas expresiones ideológicas también se difunden a través del entorno digital, especialmente mediante sus páginas web y libros de visitas (guestbooks), que actúan como medios de propaganda. Estos espacios están cuidadosamente diseñados para relatar sus acciones vandálicas, ensalzar sus hazañas épicas, exhibir sus “trofeos de guerra” (como trapos, camisetas, zapatillas, entre otros), y compartir mensajes que, en muchos casos, están saturados de contenido violento, antisocial y delictivo. Todo ello forma parte de una estrategia de búsqueda de notoriedad y de un falso reconocimiento social, negado en una ciudad que se ha convertido para ellos en una auténtica “jungla de cemento”.
Otro elemento que debe ser considerado con atención es la manera en que muchos adolescentes y jóvenes barristas justifican su pertenencia a estas agrupaciones. Frecuentemente, afirman que Alianza Lima, Universitario de Deportes o Sporting Cristal "son su verdadera familia". Es innegable que, al interior de estas barras, se generan vínculos emocionales intensos, donde se mezclan pasiones, lealtades y sentimientos profundos. El "amor" y la "devoción" por los colores de su equipo llegan a ser más fuertes que los lazos familiares. Este nuevo referente social les proporciona símbolos, colores, banderas e ídolos que deben ser defendidos a toda costa, incluso con la propia vida.
Asimismo, los barristas le rinden culto a su equipo a través de himnos, cánticos, alabanzas y mensajes que actúan como mecanismos de exaltación emocional y preparación simbólica para la confrontación o el "guerreo". Para muchos de ellos, este vínculo afectivo se convierte en el eje principal de su existencia, una forma de cuasi fanatismo que encuentra terreno fértil en contextos de crisis y desintegración familiar. Estas carencias son aprovechadas por las barras, que ofrecen una aparente cohesión de ideales y un refugio emocional inmediato, aunque efímero, que ni la familia ni la sociedad han sabido brindar oportunamente.
Lo más preocupante de esta situación es la complicidad de algunos clubes profesionales del alicaído fútbol peruano, ciertos dirigentes sin escrúpulos y la élite que lidera estas “barras bravas”. Muchos de ellos contribuyen al descontrol y al vandalismo promovido por los barristas. Uno de los mecanismos más comunes es la entrega de entradas de cortesía a los cabecillas de las barras, con el objetivo de manipularlos y asegurar su apoyo en función de intereses particulares. Esta estrategia suele emplearse para defender liderazgos cuestionados, prolongar gestiones impopulares o legitimar estructuras de poder al interior de los clubes.
En definitiva, el interés personal y de camarilla se impone sobre la eficiencia, la transparencia y la modernización que el fútbol profesional exige en un contexto de creciente competencia. Romper con esta cultura de mediocridad y con el ciclo de violencia debe ser una prioridad para cualquier dirigente que aspire a sacar adelante al fútbol peruano y devolverle su prestigio.
El programa “Mi Jato”, en su primer registro de agrupaciones juveniles en situación de riesgo y exclusión social, realizado en 1999, detectó una característica sui generis que fue denominada como la triple identidad. Este fenómeno consistía en que un mismo adolescente o joven podía pertenecer simultáneamente a tres espacios grupales distintos: una mancha escolar, una pandilla de barrio y una barra brava (1). Aunque con menor intensidad, esta situación aún se mantiene vigente en algunos miembros activos de estas agrupaciones. Tal particularidad nos llevó a deducir que estábamos frente a una búsqueda confusa de identidad por parte de muchos jóvenes, en un intento por encontrar referentes estables de pertenencia.
A partir de este análisis, se puede inferir que las manchas escolares funcionan, para algunos adolescentes, como el primer espacio de socialización primaria, mientras que las pandillas barriales y las barras bravas representan espacios secundarios de mayor complejidad y estructuración simbólica. En relación a esto, el investigador chileno Andrés Recasens (1999) identificó con claridad tres tipos de actores en los estadios: los espectadores, los hinchas y los barristas. En el caso peruano, la experiencia ha demostrado que las “barras bravas” se movilizan tanto dentro como fuera de los estadios siguiendo patrones de conducta casi fundamentalistas, alimentados por mitos deportivos y la glorificación extrema de los colores del club, expresando una mezcla de fanatismo compulsivo y vandalismo desenfrenado.
En conclusión, frente al crecimiento y consolidación de este fenómeno juvenil, resulta fundamental emprender una serie de acciones articuladas desde distintos frentes. Por un lado, es indispensable fortalecer de manera sólida el rol de la familia como núcleo de protección y desarrollo emocional. Por otro, se deben diseñar e implementar políticas públicas preventivas y sostenidas que respondan a las realidades locales de los jóvenes en situación de vulnerabilidad. Igualmente necesario es modernizar institucionalmente los clubes profesionales de fútbol, promoviendo una cultura de alta competencia y excelencia deportiva, capaz de transformar estas organizaciones en verdaderos motores de éxito y desarrollo.
Adicionalmente, es urgente establecer un plan nacional para la organización y el funcionamiento de las barras bravas, que fomente una cultura de paz y convivencia ciudadana, enmarcado en principios de legalidad, derechos humanos y valores democráticos. Solo así se podrá garantizar un entorno más seguro y armonioso para nuestras ciudades, permitiendo el desarrollo integral de la juventud y el fortalecimiento de la cohesión social en el país.
Bibliografía:
(1) Chávez, Alfredo & Erazo, Walter. Pandillas. Una salida desde sus voces. Fondo Editorial Comas. 110 pp., 2000.
Fuentes electrónicas:
Pesce Aguirre, Jorge. Análisis actancial de las barras bravas en Chile: sus actos y comportamientos en el estadio. Revista Digital, Buenos Aires, Año 12, N° 115, diciembre de 2007.
Disponible en línea. Fecha de consulta: 4 de septiembre de 2009.
Recasens Salvo, Andrés. (1999). Las Barras Bravas. Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Chile.
Disponible en línea. Fecha de consulta: 5 de septiembre de 2009.
Este tipo de artículos transversales a nivel lationoamericano permiten tener una visión completa, e igualitaria de que todos los que vivimos en esta América, podemos ver que sufrimos y tenemos los mismos problemas. este tipo de información que se basa en otras realidades similares logra una integración cultural. Es lamentable, que se generen estos problemas, pero la falta de alternativas, hacen que se establezcan estas conductas..y podemos decir que nada nuevo hay bajo el sol...el fútbol es el nuevo circo romano...
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