jueves, 6 de agosto de 2009

"PANDILLAS", PATRONES DE CONDUCTA PELIGROSO PARA LOS NIÑOS DEL PERÚ

La influencia de las maras en la niñez y juventud vulnerable del Perú: una amenaza silenciosa

Por Alfredo Chávez Olivera

En este nuevo milenio, la creciente internacionalización de las maras —como la Mara Salvatrucha (MS-13) y la Mara 18— representa una amenaza real. Estas agrupaciones nacieron en los años 80 en Los Ángeles (EE. UU.), fundadas por migrantes salvadoreños, y hoy se encuentran diseminadas por toda Centroamérica, incluyendo México. Su influencia ha traspasado fronteras y viene calando hondamente en los patrones de conducta y estilos de vida de niños, adolescentes y jóvenes en situación de riesgo y exclusión social, especialmente en zonas urbano-marginales de Lima Norte y otras regiones del país.

Desde hace más de una década, en distritos como Comas, ya se observaba la presencia de niños de apenas 11 años integrando pandillas. Hoy, este fenómeno se ha agravado. En los últimos dos años, hemos detectado casos de niños de siete, ocho y nueve años que imitan patrones conductuales propios de las maras centroamericanas: saludos, símbolos, vestimenta y otros códigos. Esta asimilación precoz de conductas asociadas a la criminalidad plantea una urgente preocupación.

¿Por qué estos patrones se adoptan tan fácilmente en niños de sectores socioeconómicos bajos?
El sociólogo Carlos Castillo Ríos, en su obra Los Niños del Perú (1975), identificó claramente la diferenciación de la infancia según las clases sociales: niños burgueses, proletarios y campesinos, cada uno con sus propios estilos de vida, valores y métodos de crianza. No obstante, esta realidad ha cambiado drásticamente con la implementación de la economía de mercado y la globalización, que han agudizado las brechas socioeconómicas.En este nuevo milenio, la creciente internacionalización de las maras —como la Mara Salvatrucha (MS-13) y la Mara 18— representa una amenaza real. Estas agrupaciones nacieron en los años 80 en Los Ángeles (EE. UU.), fundadas por migrantes salvadoreños, y hoy se encuentran diseminadas por toda Centroamérica, incluyendo México. Su influencia ha traspasado fronteras y viene calando hondamente en los patrones de conducta y estilos de vida de niños, adolescentes y jóvenes en situación de riesgo y exclusión social, especialmente en zonas urbano-marginales de Lima Norte y otras regiones del país.

Desde hace más de una década, en distritos como Comas, ya se observaba la presencia de niños de apenas 11 años integrando pandillas. Hoy, este fenómeno se ha agravado. En los últimos dos años, hemos detectado casos de niños de siete, ocho y nueve años que imitan patrones conductuales propios de las maras centroamericanas: saludos, símbolos, vestimenta y otros códigos. Esta asimilación precoz de conductas asociadas a la criminalidad plantea una urgente preocupación.

¿Por qué estos patrones se adoptan tan fácilmente en niños de sectores socioeconómicos bajos?
El sociólogo Carlos Castillo Ríos, en su obra Los Niños del Perú (1975), identificó claramente la diferenciación de la infancia según las clases sociales: niños burgueses, proletarios y campesinos, cada uno con sus propios estilos de vida, valores y métodos de crianza. No obstante, esta realidad ha cambiado drásticamente con la implementación de la economía de mercado y la globalización, que han agudizado las brechas socioeconómicas.

Hoy se aplican metodologías más complejas para evaluar la pobreza y la exclusión. Entre ellas, el enfoque de Necesidades Básicas Insatisfechas (NBI) —recomendado por la CEPAL desde los años 90— ha permitido construir una caracterización más precisa de los hogares, clasificados en los estratos A, B, C, D y E. Esta herramienta permite identificar de forma objetiva las privaciones en sectores excluidos: viviendas precarias, servicios sanitarios deficientes, acceso limitado a la educación y bajos ingresos.

Las poblaciones de los sectores D y E son especialmente vulnerables a la adopción de patrones de conducta negativos. Las condiciones de pobreza extrema, inseguridad y descomposición familiar dificultan la formación de valores y habilidades sociales en los hogares. Muchos padres carecen de herramientas para orientar a sus hijos, quienes entonces recurren a la calle como principal espacio de socialización. Es allí donde imitan y reproducen comportamientos antisociales, en parte porque los referentes positivos son escasos.

Es importante enfatizar que no todos los niños de estos sectores están condenados a un destino negativo. A pesar de las adversidades, muchos desarrollan resiliencia: la capacidad de adaptarse, resistir y superar entornos hostiles. Son jóvenes valientes que, con esfuerzo y apoyo, logran convertirse en personas íntegras y productivas para su comunidad.

Sin embargo, no podemos ignorar que la pobreza y las condiciones infrahumanas son caldo de cultivo para fenómenos como el pandillaje, la delincuencia, la drogadicción y la prostitución. Estos males sociales requieren intervenciones urgentes e integrales. De lo contrario, la influencia de las maras puede consolidarse como modelo de vida para miles de niños peruanos.

Casos como los ocurridos en los barrios marginales de Trujillo, donde pandillas comenzaron a cobrar “peajes” a transportistas y controlar la venta de drogas y prostitución, o los recientes enfrentamientos entre pandillas en el Callao por el control de territorios, son señales de alerta que no podemos ignorar.

A pesar de que las pandillas locales aún pueden considerarse en una etapa incipiente frente a las maras internacionales, la diferencia no debe llevarnos al conformismo. Las maras son organizaciones criminales complejas y altamente estructuradas, con presencia territorial, sistemas de comunicación interna, jerarquías estrictas y control absoluto de zonas urbano-marginales (como ocurre en los guetos de El Salvador).

Además de la MS-13 y la Mara 18, existen otras agrupaciones como los Ñetas y los Latin Kings, surgidas también en EE. UU. Estas organizaciones, ahora presentes en Europa (especialmente en España), han consolidado estructuras más formales, con estatutos, símbolos, códigos y canales de difusión global a través de internet, redes sociales, YouTube, blogs, e incluso, eventualmente, radio o televisión digital.

Frente a esta compleja y peligrosa realidad, ¿qué debemos hacer?
No podemos permanecer indiferentes mientras estas agrupaciones ganan terreno entre los sectores más vulnerables del país. Desde mi perspectiva, propongo las siguientes medidas urgentes:

  1. Implementar políticas públicas integrales de juventud, centradas en la prevención del riesgo social.

  2. Crear un ente estatal especializado que centralice programas, proyectos y acciones dirigidas a adolescentes y jóvenes, para evitar duplicidades y burocracia ineficiente.

  3. Fortalecer el núcleo familiar, en especial en sectores en situación de pobreza y extrema pobreza, promoviendo su estabilidad y funciones formativas.

  4. Ampliar la cobertura y calidad educativa para los sectores D y E, como herramienta esencial para mejorar sus condiciones de vida.

  5. Reducir progresivamente la pobreza, abordando sus dimensiones materiales, físicas y psicológicas que facilitan la reproducción del pandillaje.

  6. Garantizar igualdad de oportunidades en educación, empleo y salud pública para los jóvenes marginados.

  7. Incluir otras acciones que autoridades, sociedad civil y ciudadanía consideren oportunas para prevenir, reorientar y neutralizar los efectos del pandillaje juvenil.

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