“Recuay ladronera” es un dicho popular que posiblemente se originó en los años paralelos a la independencia del Perú (1821-1824) y que se atribuye a Antonio Raimondi, ilustre personaje nacido en Milán, Italia, el 19 de septiembre de 1824 y reconocido por sus investigaciones científicas en el Perú. Raimondi llegó al departamento de Áncash alrededor de la década de 1860.
Cuenta la historia popular que el mencionado naturalista, durante su viaje al departamento de Áncash y su paso por Recuay, se enamoró de una hermosa dama recuaina, quien, con sus atrevidos encantos, le robó el corazón; pero, para su “mala” suerte, ella no correspondió a los halagos del científico investigador. Años más tarde, el forastero se casó con la huaracina Adela Loli Castañeda, con quien tuvo tres hijas, a pesar de la fina presunción que se tenía sobre esta última dama.
Si bien es cierto que para el habitante común el mote popular de “Recuay Ladronera” puede sonar jocoso, personalmente nunca me agradó esta frase por considerarla despectiva y malintencionada. Siempre he demandado, aunque en silencio, su desagravio frente a este hecho que, hasta la fecha, continúa circulando por generaciones a nivel regional. Me parece que ha llegado el momento oportuno para revertir este “mal nombre” y convertirlo en un motor para el despegue y salto hacia el progreso social de Recuay, creando una marca ciudad y un símbolo cultural que, sin duda, fortalezca la identidad y el orgullo local.
Personalmente, me gustaría que en este siglo y con el fin de insertarnos en la modernidad, se patente el término “Recuay Milenario”, destacando una de sus mayores fortalezas culturales, hoy reconocida mundialmente por la arqueología científica. Los Recuay (Choquerikay), antes de la llegada de los Waris (alrededor del año 700 d.C.), estaban magistralmente organizados geopolíticamente en tres guarangas: Ichochonta (centro de poder), conformada por los actuales distritos de Recuay, Ticapampa, Catac y Pampas Chico; Ichocpomas, que abarca Pira, Pariocoto y Huanchay; y Allaucapoma, integrado por Aija, Malvas y Cotaparaco, conocidos como los “pueblos pumas”.
Para lograr este objetivo, depende de las autoridades provinciales y de sus hijos, tanto los que están dispersos por el mundo como aquellos que residen en la tierra que nos vio nacer, movidos por amor propio y orgullo. Recuay requiere implementar un plan estratégico basado en una campaña promocional sostenida para consolidarse como un destino turístico regional, un paso esencial para su despegue.
El dicho popular de “Recuay Ladronera” no fue creado por Antonio Raimondi, quien llegó a Áncash recién en los años 1860, sino que supuestamente fue recogido por el alemán Heinrich Witt en su diario titulado La Historia del Perú en el siglo XIX, escrito entre 1859 y 1890. Witt llegó al Perú en 1824 y, según su diario, visitó Huaraz, Chavín y Antamina antes de 1842. Por otro lado, hoy se sabe que en ninguno de los libros de Raimondi aparece el famoso dicho popular.
Al respecto, el escritor César Ángeles Caballero, en su obra sobre literatura ancashina, señala que la frase “Recuay Ladronera” y el estribillo completo —“Huaraz presunción, Carhuaz borrachera, Yungay hermosura, Caraz dulzura”— y otros similares pertenecen a la sabiduría e ingenio popular ancashino. Mal hacemos en atribuir a extranjeros todo lo que consideramos bueno o bonito. Antes de reivindicar a los nuestros sobre estos dichos y cantos populares, se les atribuye a foráneos, lo cual refleja una autoestima culturalmente dependiente, de corte eurocentrista y complaciente con el racismo y la segregación social.
Por ejemplo, la puya (titanka) no debería llamarse “Puya Raimondi”, sino simplemente “Puya Recuay”, en honor a su lugar de origen. De igual manera, la famosa escultura no debería llamarse “Estela Raimondi”, sino simplemente “Estela Chavín”, por el sitio donde fue creada.
Por último, cabe preguntarse si es conveniente llamar a uno de nuestros personajes históricos más representativos de la provincia de Recuay “tiralazo” o “cacalazo”. Sobre este tema, el término “tiralazo” se entiende como el maestro en el buen manejo de sogas o cuerdas para lazar ganado, con el fin de amansarlo, adiestrarlo, capturarlo o incluso robarlo. Es un oficio muy antiguo, practicado en los pueblos del Callejón de Huaylas, ligado a su tradición campesina y agrícola.
En cambio, para comprender el término “cacalazo” es necesario recurrir a la lengua quechua. “Caca” significa peña o roca. No está claro si en Recuay existió o existe algún oficio o afición por lazar peñas o rocas. Se supone que los recuainos fueron grandes expertos en montar caballo y lazar ganado, no en lazar “cacas”.
En fin, esta cuestión de “cacalazo” aún está por aclararse, debido a los numerosos supuestos que existen en la literatura regional. Algunos consideran que “Gagga lazojj” (ladronera) es el término más apropiado para describir la realidad: “Los de Recuay son mineros por naturaleza, dominan los cerros y son ladronzuelos por añadidura”, según afirma el libro Ancash en Broma de Wilfredo Kapsoli Escudero (TRADICIÓN, Segunda época 2018, N° 18, pp. 74-81, Revista de la Universidad Ricardo Palma, Lima, Perú).
Para concluir, recuerdo que mi tío abuelo “Popy”, un recuaino de pura cepa, solía contarme una anécdota con mucho humor. Decía que los huaracinos, en su afán de lazar ganado durante las noches para robarlo, terminaban lazando peñas y rocas, confundiéndolas con animales. Al amanecer, se daban cuenta de que solo habían atrapado “cacas”, como era su costumbre. Cierto o no, mi tío abuelo no tenía contemplaciones para con estos “cacalazos” huaracinos y replicaba que eran tan malos para montar caballos y manejar las sogas que en lugar de animales solo atrapaban piedras y rocas. Una costumbre conocida y comentada por décadas en esta región.
No hay comentarios:
Publicar un comentario