¿QUIÉN MATÓ A MOARCOCUA?
(Último Hatun Curaca de los Sucoarocoay)
En la década de 1460, el poderoso ejército inca —en su segunda expedición militar hacia la conquista del norte medio del Tahuantinsuyo—, al mando del general Cápac Yupanqui (hermano del Inca Pachacútec), inició su travesía remontando la cuenca del río Fortaleza desde Paramonga. En su avance, pasaron por los pueblos de Chasqui, Colca y Cajacay.
Al enterarse de esta incursión, los Sucoarocoay, junto con sus pueblos pumas —Ichochonta (Recuay, Marca y Pampas Chico), Allaucapoma (Cotaparaco, Tapacocha y Aija), e Ichocpoma (Pariacoto, Cajamarquilla y La Merced)—, decidieron enfrentar al ejército incaico. Para detener su avance vertiginoso, los emboscaron desde las alturas de las cumbres, atacándolos con hondas, huaracas, porras, lanzas, flechas, piedras y otras armas ofensivas, en un sitio conocido como Incahuacanca (“donde llora el Inca”).
La emboscada, cuidadosamente planificada, fue liderada por el Hatun Curaca sucoarocoaino Hinchiraque y su hijo Taparaco, ambos destacados guerreros recuay. Ellos se levantaron en defensa de sus territorios frente a la invasión inca, que amenazaba a los pueblos de los Hurin Huaylas.
Los recuay ejecutaron con precisión la emboscada desde las partes altas del río hacia abajo, empleando una táctica militar basada en el ataque sorpresivo. Su objetivo era detener a las tropas incas que ascendían ganando posiciones rumbo a la Cordillera Negra. La ofensiva fue magistralmente conducida por los hombres de Hinchiraque, quienes lograron derrotar al ejército invasor. Tras esta inesperada derrota, los incas se vieron obligados a replegarse río abajo, a la espera de una nueva oportunidad. Fue un triunfo fugaz para los guerreros nativos: ganaron la batalla, pero con el tiempo fueron finalmente aplastados por el poderío del ejército inca.
Luego de este revés en Incahuacanca, y con el propósito de continuar su expansión hacia el norte, el ejército inca recurrió a una astuta estrategia: una alianza táctica étnica entre los incas y los chancas. Así, enviaron a los aguerridos guerreros chancas al frente, para arrasar con los Hurin Huaylas y allanar el camino para el dominio incaico.
Tras coronar exitosamente la Cordillera Negra, las tropas incas avanzaron hacia los llanos del valle del Santa, consolidando su conquista. El general Cápac Yupanqui dirigió con visión estratégica esta ocupación. En primer lugar, ignoró deliberadamente la resistencia organizada por las etnias ancashinas. Luego, aplicó una conocida táctica inca: la del sometimiento pacífico, que consistía en promover la rendición sin combate para evitar derramamiento de sangre. Sin embargo, ante la negativa de los pueblos locales, el general, al mando de más de 40,000 hombres, dividió su ejército en cuatro columnas. Su objetivo: tomar fortalezas y puntos estratégicos mediante la táctica de “cerco y aniquilamiento”, dejando a los huaylinos incomunicados con sus aliados de la costa y la ceja de selva, y privados de alimentos y suministros esenciales para su subsistencia.
Agotados por el hambre, para los pueblos de los Hurin Huaylas la derrota fue inminente. Los incas tomaron el control militar de la región, ocupando principalmente los pueblos de Sucoarocoay, Guarax y otras importantes guarangas. Cercados y sin posibilidad de abastecimiento, los naturales se vieron obligados a rendirse tras seis meses de tenaz resistencia. Aprovechando la situación, los emisarios del imperio incaico ofrecieron condiciones para la rendición, aunque esta fue más formal que efectiva.
Sin embargo, a pesar de la rendición, y con el propósito de sellar su triunfo y dejar una marca de supremacía y respeto, los incas incendiaron el templo de Pumacayán, ubicado en el pueblo de Guarax. No bastándoles con esto, capturaron a los principales curacas y los ejecutaron, pese a su sometimiento. Este acto buscaba reforzar el dominio militar y afirmar la supremacía étnica inca, imponiendo un nuevo orden de poder mediante la designación de un jefe regional leal al Cusco.
Durante estas operaciones tácticas en la conquista de los Huaylas, participó el valiente general chanca Anco Huallo, bajo la supervisión directa de las autoridades incas. Tras la toma de Sucoarocoay y Guarax, Anco Huallo, consciente del creciente recelo que generaba entre los incas —debido a la simpatía, liderazgo y respeto que había ganado tanto entre sus propios hombres como entre los huaylinos—, sospechó que se preparaba una traición en su contra. Los celos y la envidia hacia su figura eran constantes.
Previendo su destino, huyó en secreto con su grupo étnico, utilizando la ruta de los Conchucos para internarse selva adentro, hacia el río Marañón, con el objetivo de romper definitivamente la alianza estratégica entre chancas e incas. Algunos historiadores sostienen que, en su travesía, los chancas pasaron por varios pueblos de la selva, llegaron a Moyobamba, y luego continuaron hacia el sudoriente hasta asentarse en lo que hoy es Lamas, en el actual departamento de San Martín.
Sobre el correinante inca Túpac Yupanqui, el historiador Waldemar Espinoza señala: “Valiente y audaz, recorrió de sur a norte como un invencible conquistador.” Con la finalidad de consolidar las nuevas conquistas y anexiones del Imperio Inca, enrumbó hacia el Chinchaysuyo, donde sometió implacablemente a los antiguos reinos de los Chancas y los Huancas, arrasando sus fortalezas y fundando nuevas ciudades (llactas). Esta táctica de arrasamiento total le permitió conseguir la rendición definitiva de estas etnias.
En la región de Huaylas, según el mismo historiador, arrasó, desmanteló y destruyó las fortalezas de Chungomarca y Pillaguamarca, que hasta entonces se habían conservado sólidamente bajo custodia de los pueblos originarios de Ancash.
Una vez anexados los territorios de los Huaylas, el poderoso Sapa Inca Pachacútec ordenó desterrar a los líderes rebeldes a zonas remotas del Tahuantinsuyo —estado en plena expansión—, reduciéndolos a la condición de piñas y yanaconas, formas de mano de obra al servicio del aparato estatal incaico.
En lugar de los antiguos curacas guerreros y rebeldes, fueron nombrados nuevos líderes adictos al poder central, leales al Cusco e interesados en mantener el orden en favor de los vencedores. Paralelamente, los incas impusieron un sistema de gobierno político-militar para administrar y vigilar los nuevos territorios conquistados. Esta práctica formaba parte de una tradición andina antigua entre vencedores y vencidos, la cual se intensificó durante el Periodo Intermedio Temprano, en la época del surgimiento de los estados primarios (aproximadamente entre los años 0 y 100 d.C.).
Por otro lado, una parte de la nobleza regional huaylina, tanto de los Hanan como de los Hurin, optó por someterse al poder incaico. Para mantener sus privilegios y asegurar cierto nivel de influencia, aceptaron alianzas matrimoniales con las élites cusqueñas, una estrategia típica de sometimiento inca para consolidar su dominio sin recurrir exclusivamente a la violencia.
Como parte de esta reorganización imperial, Túpac Inca Yupanqui fortaleció las sedes administrativas en la región: Huayllasmarca, en Hatun Huaylas, y Sucoarocoay, sede principal de los Hurin Huaylas, que más tarde sería transformada en un ushnu, centro ceremonial y político de gobierno incaico.
Antes de la llegada de los incas, en los territorios de los Huaylas, existían dos reinos geopolíticamente bien delimitados: Hatun Huaylas y Sucoarocoay (también conocido como Recuay). Ambos eran confederaciones o reinos regionales que habían logrado integrar diversos curacazgos, cada uno con seis guarangas, unidos por lazos de parentesco y consanguinidad. Aunque cada reino tuvo un origen y una evolución autónomos, en conjunto constituían una sola nación huaylina.
Según los datos históricos disponibles, se deduce que el reino de Sucoarocoay (más tarde conocido como Choquerecuay o Chuquirrecuay) estaba conformado, en época preincaica, por tres guarangas principales: Ichocpomas, Allaucapomas e Ichochonta. Con la llegada de los incas, es probable que se haya creado una cuarta guaranga: Marca o Collana, integrada por yanaconas, yanayacos, mitimaes y piñas, es decir, poblaciones trasladadas o sometidas al servicio del Estado incaico.
Dentro de los territorios de los Hurin Huaylas también existía un reino independiente compuesto por las guarangas de Ichocguarax y Allaucaguarax. Por su parte, el reino de Hatun Huaylas comprendía seis guarangas: Huaylas, Tocas, Guambo, Mato, Icas y Rupas.
Los curacas principales de estas confederaciones ejercían un poder absoluto sobre los curacas subordinados, dentro de un sistema político negociado entre linajes. Este modelo de organización —típico del antiguo Ancash— permitía la articulación de diversas guarangas bajo una autoridad común, pero no exenta de constantes negociaciones. El curaca principal debía mantener alianzas y pactos con otros linajes poderosos de las guarangas para conservar su legitimidad y estabilidad en el poder.
Sobre este sistema de poder local, la historiadora Marina Zuloaga Rada, en su libro “La conquista negociada: Guarangas, autoridades locales e imperio en Huaylas, Perú (1532–1610)” (2012), afirma lo siguiente:
“Efectivamente, así como se respetaba la igualdad y autonomía de la guaranga, aun cuando estuviera integrada en un conjunto político mayor, los caciques de guaranga no solo conservaban amplias competencias de poder y de mando sobre la población de su propia guaranga, sino que intervenían directamente en el nombramiento y mantenimiento del curaca mayor, siendo siempre ellos mismos posibles candidatos para la elección.”
Este testimonio reafirma el carácter complejo y descentralizado del poder político preincaico en la región de los Huaylas, donde las relaciones entre guarangas, linajes y curacas eran dinámicas y sujetas a constantes procesos de negociación y legitimación.
A pesar del sólido andamiaje político, económico y militar establecido en los reinos y señoríos conquistados por el gran Imperio Inca, muchas etnias lucharon incansablemente por liberarse del yugo cusqueño. Uno de estos pueblos fue el de los indomables guerreros Huaylas, conocidos por su carácter belicoso y resistente. Aun cuando el dominio incaico se había instalado en sus territorios desde hacía varios años, los huaylinos continuaban pugnando por su autonomía.
Frente a esta latente amenaza de rebelión y el peligro constante de insurrecciones, la nobleza cusqueña optó por una táctica no militar, pero igual de eficaz: el uso de alianzas sentimentales para consolidar el sometimiento. De este modo, buscaron congraciarse con la aristocracia regional huaylina, la cual, para no perder sus privilegios, ofreció como esposas secundarias a dos doncellas nobles: Contarhuacho y Añas Colque, quienes pasaron a formar parte del entorno del Inca Huayna Cápac, fortaleciendo así la unidad del Tahuantinsuyo.
El Inca tomó entonces como esposas secundarias a Contarhuacho, hija de Pomapacha, curaca de Jatun Anan Huaylla; y a Añas Colque, hija de Huacachillac Apo, mando étnico de los Lurin Huaylla. Sobre este hecho, el historiador Waldemar Espinoza (1981) señala: “Solo así se logró suavizar el descontento de la nobleza del reino huaylla frente a los cusqueños”, logrando poner fin a las tensiones entre invasores e invadidos.
La presencia de Contarhuacho y Añas Colque en el escenario político del antiguo Perú tuvo un significado trascendental para el mundo andino. A pesar de que hoy se sabe poco sobre el verdadero papel de la mujer en la sociedad precolombina, existen diversas interpretaciones de los estudiosos al respecto. Waldemar Espinoza sostiene que ambas fueron convertidas por los incas en señoras feudales o mamaconas, figuras a quienes los pueblos originarios debían veneración y respeto. El Inca les otorgó tierras, siervos, ganado, maíz y finas ropas, lo cual les permitió gozar de privilegios exclusivos, garantizando así la estabilidad de la alianza étnica sometida al Cusco imperial.
En este contexto, es importante aclarar —según el mismo autor— que el término “señora” no debe ser entendido como sinónimo de curaca o cacica, sino como un título social y religioso de alta jerarquía, otorgado por el Estado incaico para preservar y consolidar su dominio sobre las etnias conquistadas.
En el presente artículo, es imprescindible destacar la vida de los últimos personajes de la nobleza regional del antiguo Huaylas, cuyas trayectorias tienen un enorme valor histórico para la región de Ancash y el Perú. Entre ellos sobresalen dos figuras fundamentales:
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La princesa doña Inés Huaylas Yupanqui, nacida en Huaylas en el año 1517, cuyo nombre originario fue Quispe Sisa Huaylas Ñusta, hija del Inca Huayna Cápac y de la curaca Contarhuacho.
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El príncipe Paulo Inquil Topa Inca, nacido en Guarax en 1518, hijo también de Huayna Cápac y de la curaca huaylina Añas Colque.
Ambos descendientes reales de la nobleza huaylina desempeñaron papeles cruciales durante el periodo de invasión y colonización española.
Cuando el Inca Atahualpa fue hecho prisionero en Cajamarca, mandó llamar a su hermana, la princesa Quispe Sisa, quien entonces residía en su palacio curacal en Tocas, en Hatun Huaylas, para que intercediera ante Francisco Pizarro en un intento por lograr su liberación. Al no conseguir persuadir al conquistador, la princesa solicitó ser bautizada como cristiana, petición que fue aceptada. Recibió el nombre de Inés Huaylas Yupanqui, en una ceremonia oficiada por el fraile dominico Vicente de Valverde.
Enamorado de su belleza, Pizarro la tomó como esposa. Para convencerla, le ofreció integrarla a su nuevo reino y convertirla en noble soberana de las tierras conquistadas. De esa unión nació su primera hija, Francisca Pizarro Yupanqui, en 1534 en la ciudad de Jauja. En 1535 nació su segundo hijo, Gonzalo Pizarro Yupanqui, quien años después sería reconocido como heredero de la gobernación de Nueva Castilla. Sin embargo, esta relación se disolvió en el año 1538.
Posteriormente, Inés Huaylas Yupanqui contrajo un segundo matrimonio por la Iglesia con el conquistador Francisco de Ampuero, entonces alcalde de Lima, con quien tuvo cuatro hijos: Martín, Alonso, Francisco e Isabel. Así, llegó a ser considerada la primera dama de la Ciudad de los Reyes, posición que le otorgó gran prestigio en el naciente orden colonial.
Por su parte, Huayna Cápac y Añas Colque tuvieron dos hijos: Paulo Inquil Topa Inca y Catalina Ussica. Durante la invasión española, Paulo Inca fue coronado Inca por Diego de Almagro, en un intento del conquistador por desafiar a los pizarristas tras su retorno del fallido viaje a Chile. A cambio de una alianza táctica, Almagro buscó el apoyo de Paulo para asaltar el poder incaico. Este aceptó, con la intención de conservar sus privilegios señoriales, siendo proclamado Inca en el año 1536.
No obstante, su reinado fue breve y conflictivo, marcado por la guerra civil entre los conquistadores españoles. Tanto Paulo Inca como su madre Añas Colque jamás regresaron a tierras ancashinas, residiendo permanentemente en el Cusco, según refiere Waldemar Espinoza (1981).
El 25 de enero de 1533, Hernando Pizarro, en su trayecto hacia el Templo de Pachacámac para recaudar y apropiarse del oro y la plata del Tahuantinsuyo, llegó al ushnu de Sucoarocoay, donde fue recibido por el Hatun Curaca Moarcocua (también conocido como Marcaoma, Moarcoux o Marcocama) y, como curaca secundario, por Collax, probable autoridad de la guaranga Ichocpoma. En este lugar, los españoles fueron bien acogidos y se les ofreció todo lo necesario para pasar la noche. Permanecieron en Sucoarocoay durante un día completo, con el fin de dar descanso a los caballos y a los hombres que marchaban a pie.
Debido a la importancia estratégica del pueblo, se organizó guardia militar, ya que el capitán Calcuchimac se encontraba muy cerca, acompañado por un ejército de más de 50,000 hombres.
Sobre la base de esta estructura geopolítica —en la que aún operaban las jerarquías del mundo andino tardío— llegaron los españoles. La suerte del Hatun Curaca Moarcocua en este contexto fue compleja y ambigua, y ha dado lugar a diversas hipótesis. Una de ellas plantea que Moarcocua habría tratado con el capitán Calcuchimac con el objetivo de liberar al Inca Atahualpa, al conocer las malas intenciones de los europeos respecto al destino del Tahuantinsuyo. Calcuchimac, como se sabe, fue el segundo al mando del ejército de Atahualpa durante la guerra civil contra su hermano Huáscar.
Este acto podría haber generado malestar entre los curacas aliados a los orejones cusqueños, quienes, al percibirlo como una traición o una amenaza, lo habrían traicionado y depuesto para asumir el poder local. Otra hipótesis sostiene que, para ciertos curacas, la llegada de los españoles representaba una oportunidad de liberarse del yugo inca, por lo que optaron por colaborar con los invasores para preservar sus propios privilegios, desplazando así del poder a Moarcocua.
En cualquier caso, ambas hipótesis podrían haber servido de justificación para quitar del poder —o incluso asesinar— al curaca rebelde, quien representaba la resistencia política o militar ante los nuevos actores del conflicto.
Según los registros de cronistas y amanuenses coloniales, Francisco Pizarro llegó al ushnu de Sucoarocoay el 12 de septiembre de 1533, ocho meses después del paso de su hermano Hernando por estas tierras. Para entonces, Moarcocua ya no ocupaba el cargo de líder de los Sucoarocoay. En su lugar, los españoles encontraron a un nuevo curaca, de nombre Chincay o Chinca, quien acompañó a Pizarro hasta Jauja, donde se realizó la repartición de las primeras encomiendas sobre los territorios de los Huaylas.
Asimismo, los cronistas registraron que, en lo que hoy corresponde al departamento de Áncash, se hablaban tres lenguas originarias: el muchik en la costa, el quechua en el Callejón de Huaylas y el culli en el Callejón de los Conchucos, esta última hablada principalmente por las etnias pincos, siguas, huaris y piscopampas. Estas lenguas experimentaron cambios y transformaciones a lo largo de las diferentes etapas de la historia regional, en parte debido a la influencia de los estados expansionistas, como el Wari y el Inca. También se sabe hoy que el aimara llegó a estas tierras antes de la expansión incaica, aunque su presencia fue luego desplazada o absorbida por otras lenguas.
Tras la fundación de Jauja el 25 de abril de 1534 por Francisco Pizarro, como primera capital del Perú, se organizó el repartimiento de encomiendas sobre los territorios recientemente conquistados. En el área que actualmente corresponde a Áncash, la repartición fue la siguiente: la encomienda de Chuqui-Recuay (del quechua chuqi = oro y rikay = observar, nombre impuesto por los orejones cusqueños en reemplazo del original Sucoarocoay) fue concedida a Jerónimo de Aliaga y Sebastián Torres Morales, y comprendía los curacazgos de los curacas Pumacaspillay, Moarcocua y Corcova.
Posteriormente, el 3 de agosto de 1538, se llevó a cabo una nueva repartición privada, estableciendo las encomiendas de Hurin Huaylas y Hanan Huaylas: la primera asignada a Sebastián Torres, y la segunda al propio Francisco Pizarro. Por su parte, Marca Recuay fue entregada a Jerónimo de Aliaga, según lo detalla S. Matos Colchado en Huaylas y Conchucos en la Historia Regional.
La historiadora Marina Zuloaga Rada menciona que la encomienda otorgada por Pizarro conjuntamente a Torres y Aliaga incluía exactamente las guarangas de la mitad sur de la provincia de Huaylas. Según documentación de la época:
“Encomendó en Jerónimo de Aliaga y Sebastián de Torres 6000 indios, de ellos 3000 en la provincia de Chuquirrequay, en esta manera: el cacique Carwalimanga con 1000 indios, el cacique Marcaoma con 1000 indios, el cacique D. Jerónimo de Collas con 1000 indios, el cacique Pariona que es la Collana llamada Marca con 1000 indios, y el cacique Limacollas, que son los indios de Allaucaguaras, con otros 1000 indios…”.
Esta información proviene de la declaración de don Felipe Yaropariac, cacique principal de Allaucapomas, quien afirmó estar bien informado sobre la concesión de dicha encomienda por ser hermano de uno de los seis caciques encomendados a Aliaga y Torres. En su testimonio declaró:
“Este testigo no sabe si el dicho marqués dexó ecetuado en aquel tiempo algún cacique con los 600 indios que la pregunta dize”.
(Declaración dada en el Tambo de Recuay, 27 de enero de 1557. Archivo General de Indias, Justicia, 405 A, ff. 197v.-199v.)
La declaración de don Felipe Yaropariac, curaca principal de Allaucapomas, realizada en el Tambo de Recuay (Pueblo Viejo) en el año 1557, respecto al despojo de tierras ejecutado por los españoles —y pactado con ciertos curacas originarios— es una versión que permite reinterpretar el destino de Moarcocua. Si esta versión fuese cierta, Moarcocua, además de haber perdido el liderazgo como curaca mayor, habría aceptado las prebendas de los invasores para conservar algunos de sus privilegios.
Sin embargo, otra interpretación podría cuestionar la credibilidad de Yaropariac: ¿fue realmente un testigo legítimo o simplemente un "aprendiz tinterillo indígena", que asimiló las estrategias legales de los invasores para formular argucias que le beneficiaran personalmente, presentándose como víctima mientras buscaba recuperar o conservar su poder local? En esta ambivalencia se refleja el complejo juego político de la conquista negociada, donde muchos curacas oscilaron entre la colaboración, la simulación y la resistencia.
Por otro lado, también es pertinente considerar el contexto mayor de la resistencia indígena liderada por Manco Inca, hijo del emperador Huayna Cápac, quien inicialmente se alió con los conquistadores españoles con el propósito de derrotar a las fuerzas atahualpistas, comandadas por el general Quisquis, que aún resistían en el Cusco y el sur del Tahuantinsuyo.
No obstante, Manco Inca comprendió tardíamente que las verdaderas intenciones de los peninsulares eran otras: apoderarse completamente del Imperio. Así, cayó en una trampa cuidadosamente tendida por los conquistadores, y al presenciar el saqueo, la codicia, la humillación, las atrocidades y el desmantelamiento de las estructuras incaicas, decidió levantar un movimiento de reconquista del Tahuantinsuyo.
A este llamado de insurrección respondieron miles de indígenas. Uno de los más destacados fue el sacerdote Villac Umu, devoto del culto al dios Sol, quien formó un ejército de más de 100,000 hombres. El 3 de mayo de 1536, fecha memorable de esta epopeya, las fuerzas nativas sitiaron el Cusco y lograron tomar la fortaleza de Sacsayhuamán, donde cayó heroicamente Titu Cusi Huallpa, más conocido como Cahuide.
Otro notable insurgente fue el comandante Quizu Yupanqui, quien derrotó en el Valle del Mantaro a varios ejércitos enviados desde Lima por Francisco Pizarro. Envalentonado por estas victorias, en agosto de 1536, al mando de 25,000 combatientes indígenas, marchó hacia Lima, la recién fundada "Ciudad de los Reyes". Desde el cerro San Cristóbal, sitió la ciudad durante seis días. Sin embargo, en el intento de tomarla, fue muerto en una sangrienta batalla.
Los españoles, para repeler esta ofensiva, formaron un ejército auxiliar compuesto por miles de huancas, huaylas, y habitantes de las comunidades yungas y otras etnias locales, quienes se convirtieron en aliados estratégicos de los conquistadores, perpetuando así una política de división entre las etnias como herramienta de dominación colonial.
Inicialmente Manco Inca, hijo del emperador Huayna Cápac, en primer momento, se alió con los invasores españoles para hacerles frente a las huestes atahualpistas y que en ese momento comandaba el general Quisquis para expulsarles del Cusco y de la región sur central del Tawantinsuyo. Sin embargo, se dio cuenta tardíamente que las verdaderas intenciones de los peninsulares eran otras, las de apoderarse del Tahuantinsuyo. Es como así, cayo a una trampa muy bien tramada por los conquistadores; motivo por lo cual, se reveló al ver los saqueos, la codicia, la humillación, las fechorías y el desmantelamiento del Imperio Inca, armando un levantamiento de reconquista del Tawantinsuyo.
A este llamado recurrieron miles de naturales, siendo uno de ellos, el sacerdote Villac Umu, personaje dedicado al culto del dios Sol; quién levantó un ejército con más de 100 mil indígenas. Fecha memorable de esta epopeya nativa fue el 3 de mayo de 1536, en la cual fue sitiado el Cuzco y tomado la Fortaleza de Sacsahuaman, lugar donde murió heroicamente Titu Cusi Huallpa, más conocido como “Cahuide”.
Otro gran aborigen que se plegó a esta causa, fue el comandante inca, Quizu Yupanqui; quién derrotó en sucesivas batallas en el Valle del Mantaro a varios ejércitos enviados desde la capital por Francisco Pizarro. Estos últimos no pudieron retomar el Cusco. Victorioso el comandante Quizu Yupanqui, decidió tomar en agosto de 1536 al mando de 25 mil aborígenes la nueva capital española, Lima, bautizada como “Ciudad de los Reyes”. El ejército rebelde de Q. Yupanqui sitió Lima desde el cerro San Cristóbal. Al cabo de seis días, en su intento de tomar la sede capital y luego de librar una cruenta batalla fue muerto a manos de las huestes españolas. Los españoles para este enfrentamiento montaron sus fuerzas auxiliares, conformado por miles de Huancas, Huaylas y de las comunidades yungas y otras etnias asentadas cerca a Lima. Estos pobladores se convirtieron en aliados estratégicos de los conquistadores.
Hoy en día, estudios acuciosos revelan que los Huaylas jugaron un papel decisivo a favor de los conquistadores. Así como se estableció una alianza Hispano-Huanca para enfrentar a los incas, de igual manera se formó una alianza Hispano-Huaylas para oponerse al ya debilitado imperio del Tahuantinsuyo. Sobre esta última alianza, el historiador Waldemar Espinoza (1981), basándose en el documento denominado “Información de 1557” encontrado en los Archivos de Sevilla, corrobora que doña Inés Huaylas, su familia y miles de huaylinos se unieron a los invasores para combatir la resistencia indígena liderada por Manco Inca.
Asimismo, se conoce que doña Inés Huaylas solicitó ayuda a su madre Contarhuacho para que enviara un contingente de guerreros huaylinos en apoyo a Pizarro en la defensa de Lima. Contarhuacho, junto al curaca don Cristóbal de Vilcarrima y otros jefes principales huaylinos, se presentaron al mando de cuatro mil guerreros para repeler el ataque de los cusqueños.
Estos hechos revelan que las alianzas entre españoles y las etnias oprimidas y sometidas por los incas se establecieron porque muchas de estas poblaciones vieron en la llegada de los invasores extranjeros una oportunidad de liberación, venganza o desagravio contra el Imperio Inca. En otros casos, estas alianzas respondieron a intereses políticos, económicos, étnicos, personales o matrimoniales a favor de los hispanos. Finalmente, todos estos factores contribuyeron a la caída del imperio inca frente a los intereses de los invasores europeos.
Tras el reparto de tierras, el encomendero Sebastián Torres fijó su residencia en la antigua llacta de Guarax, lugar que nombró en su honor como San Sebastián de Huaraz. Poco tiempo después de asentarse, Torres comenzó una despiadada explotación de los indígenas para obtener oro y plata. Debido a los constantes maltratos y humillaciones, los indígenas de Guarax y Marca se rebelaron y asesinaron a Sebastián Torres junto a su mayordomo Francisco de Vargas y otros españoles.
Enterados de esta rebelión, el 29 de junio de 1539 el Cabildo de Lima envió al pacificador Francisco de Chávez para mediar en el conflicto. Sin embargo, este personaje cometió graves atrocidades contra los indígenas, ganándose el apelativo de “Herodes de los Andes” por haber asesinado a más de 300 niños menores de tres años en la región de los Conchucos.
A pesar de las alianzas entre españoles y algunos aborígenes, la resistencia inca continuó con sus levantamientos militares. Por ejemplo, Manco Inca, de manera estratégica, trasladó su guarnición desde Ollantaytambo hasta las montañas de Vilcabamba, desde donde organizó diversas campañas de resistencia y hostigó a los conquistadores. Este valeroso Inca terminó sus días en 1545 a manos de los almagristas, a quienes había acogido en su residencia de Vitcos para protegerlos de los pizarristas. Sin embargo, estos le asesinaron con la intención de cobrar una recompensa ante la corona española.
Tras la muerte de Manco Inca, su hijo, el Inca Titu Cusi Yupanqui, asumió el mando de la resistencia. Su hermano Sayri Tupac murió a manos de los “verdugos” Cañares, una etnia también aliada a los españoles. Titu Cusi Yupanqui organizó varias expediciones contra los invasores y, tras enfrentar duras batallas, suscribió una honrosa capitulación en Acobamba el 24 de agosto de 1566. Esta rendición fue considerada honrosa porque establecía la paz y el perdón para los indígenas rebeldes, bajo la condición de aceptar la autoridad de un corregidor y de religiosos doctrinarios encargados de promover la religión católica en los territorios administrados por los insurrectos.
En 1568, Titu Cusi Yupanqui fue bautizado; este hecho causó recelo y malestar entre otros líderes de la resistencia indígena y, en medio de estas contradicciones, el Inca rebelde murió en circunstancias aún no esclarecidas, habiendo sido cristianizado.
Otro de los grandes personajes de la resistencia fue Túpac Amaru, también hijo de Manco Inca. Túpac Amaru asumió la dirección del ya debilitado imperio inca en 1571, en un contexto de calamidad y destrucción. Este líder rebelde se rodeó de otros jefes militares incas pertenecientes a la “ala dura” de la resistencia, quienes se opusieron a la política aperturista de su antecesor. Para fortalecer los territorios liberados, Túpac Amaru ordenó fortificar Vilcabamba y declaró la guerra a los españoles.
Durante este período se libraron duras y cruentas batallas entre españoles e indígenas originarios. Sin embargo, una vez más la traición de algunos jefes aborígenes facilitó al ejército español controlar la zona convulsionada. Por este motivo, Túpac Amaru tuvo que huir de Vilcabamba el 24 de junio de 1572. Esto permitió la entrada triunfal de los españoles al refugio de los rebeldes, quienes demolieron e incendiaron el lugar antes de internarse en la selva. Los españoles iniciaron inmediatamente la persecución de Túpac Amaru y, al capturarlo en la selva junto con su esposa, hijos y otros rebeldes, lo condujeron al Cuzco.
En septiembre de 1572, Túpac Amaru fue procesado y condenado a la decapitación ante la presencia de miles de testigos indígenas. Sus más cercanos colaboradores también fueron procesados y ejecutados en la horca. Así, tras una larga y tenaz resistencia, terminó la vida de uno de los últimos rebeldes de la estirpe inca. Este hecho abrió el camino a un nuevo período de rebeliones contra la corona española, que culminaron siglos después con la independencia del Perú.
Autor: Alfredo Chávez Olivera
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Andino