Justo Arizapana Vicente: El héroe anónimo del caso Cantuta que el Perú ha olvidado
Por Alfredo Chávez Olivera
Hace cuatro meses conocí a Justo Arizapana Vicente en uno de los talleres productivos implementados por la Asociación Española Ahoniken, con el apoyo del programa “Mi Jato”, dirigido a adolescentes y jóvenes en situación de riesgo y exclusión social (pandillas) en el distrito de Comas. Al conocer su historia, me conmoví profundamente, lo cual me motivó a escribir este artículo con el propósito de exhortar al Estado peruano, sensibilizar a las autoridades y dar a conocer a la opinión pública las penurias que enfrenta este personaje olvidado e incomprendido por nuestra sociedad: un héroe anónimo de la democracia y defensor de los derechos humanos en el Perú.
El caso de Justo Arizapana es tan peculiar como inaudito. Su nombre ha sido mencionado brevemente en algunos programas de televisión como Reporte Semanal y La Ventana Indiscreta, así como en medios impresos como Perú 21, El Comercio, y revistas como Caretas, Etiqueta Negra y Línea de Fuego, además de algunos blogs personales. Su participación ha sido fundamental para esclarecer la autoría del hallazgo de las fosas comunes donde se encontraron los restos de nueve estudiantes y un profesor de la Universidad La Cantuta, en 1993. Este descubrimiento reveló los crímenes atroces cometidos por el denominado “Grupo Colina”, una maquinaria de exterminio creada por el Servicio de Inteligencia Nacional bajo la dirección de Vladimiro Montesinos y respaldada por el régimen de Alberto Fujimori.
Quiero dejar en claro que no es mi intención reabrir el debate sobre las causas de la violencia política en el Perú durante los años 80, ni cuestionar si las víctimas del caso Cantuta eran inocentes o no. Estos temas, sin duda, generan pasiones y controversias. Mi objetivo, desde una perspectiva profundamente humana, es llamar a la reflexión sobre la injusta, precaria y olvidada vida de Justo Arizapana.
Durante el conflicto armado interno en el Perú, que dejó más de 69,000 muertos y desaparecidos (según el Informe Final de la Comisión de la Verdad y Reconciliación, 2003), y provocó el desplazamiento de casi un millón de personas, muchos peruanos fueron víctimas del miedo, la represión y la desinformación. En este contexto de horror y silencio impuesto, Justo Arizapana, un reciclador de origen campesino, asumió el papel de testigo silencioso. Arriesgó su vida para alertar a la opinión pública sobre uno de los episodios más atroces del conflicto: las ejecuciones extrajudiciales en La Cantuta.
Paradójicamente, el Informe Final de la Comisión de la Verdad, aunque exhaustivo y profesional, no menciona su valiosa participación. Tras cumplir con su cometido, Arizapana desapareció de la escena pública. Cambió de identidad, se desplazó constantemente y vivió durante más de 16 años en la más absoluta precariedad, hasta que finalmente decidió contar su verdad.
A día de hoy, Arizapana no ha recibido ningún tipo de reconocimiento ni compensación por su valentía. Su vida transcurre en el olvido, la inseguridad, el abandono y la extrema pobreza.
Me pregunto: ¿quién de nosotros hubiera tenido el coraje de denunciar violaciones de derechos humanos y crímenes de Estado en aquellos años oscuros? La población vivía atrapada entre dos fuegos: por un lado, el Estado; por otro, los grupos subversivos. Por ello, la actitud de Justo Arizapana debe ser considerada un acto heroico. Solo alguien con conciencia social, amor por la justicia y un profundo sentido de humanidad se habría atrevido a dar ese paso. Si no hubiera sido él, es muy probable que este crimen hubiera permanecido enterrado en el olvido, como tantos otros que aún claman justicia.
El periodista Roberto Cortijo lo resume con crudeza: “¡Las fosas comunes son una herida abierta en el Perú!”. Y muchas de esas heridas quizá nunca sanarán.
Por todo ello, sostengo la necesidad urgente de que el Estado peruano reconozca formal y moralmente a Justo Arizapana Vicente, a quien le han negado la autoría del hallazgo, le han robado su seguridad y su paz, y cuya salud mental aún padece las secuelas de aquellos años. Ni el Estado, ni las ONG de derechos humanos, ni siquiera los familiares de las víctimas se han acercado a agradecerle.
Por eso, propongo:
1. Garantizar su derecho a la vida, identidad, integridad física, psíquica y moral, así como a su libre desarrollo y bienestar, conforme al artículo 2, inciso 1 de la Constitución Política del Perú y a los tratados internacionales de derechos humanos suscritos por el país.
2. Reconocer oficialmente a Justo Arizapana Vicente como héroe de la democracia y defensor de los derechos humanos, por sus servicios prestados a la nación.
Este reconocimiento no solo es justo y necesario, sino que revela una gran deuda ética del Estado. En el Perú aún no existe un marco legal que reconozca la autoría en el descubrimiento de crímenes de lesa humanidad. No está tipificado ni regulado, y probablemente sea un tema complejo y polémico, pero es urgente avanzar en esta dirección. Así se evitará que casos como el de Arizapana y otros héroes invisibles continúen marginados mientras otros se benefician de su coraje.
Finalmente, en esta era de modernización y tecnología, el Perú debe estar a la altura de los nuevos desafíos. No basta con proteger las invenciones y patentes económicas; también debemos proteger las autorías vinculadas a la defensa de los derechos humanos. La transformación digital y la expansión del conocimiento exigen una renovación de nuestras normas para proteger a quienes revelan verdades ocultas. Solo así podremos luchar eficazmente contra la informalidad, la piratería y el despojo de autorías en todos los ámbitos de la vida.